El problema del lobo: ¿Quién le da de comer?

La prohibición de cazar ejemplares de esta especie reabre el debate sobre los daños que provoca la fauna salvaje y sobre quién tiene que pagarlos

El problema del lobo: ¿Quién le da de comer?

José Luis Ramudo

Lugo - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

El Gobierno de España acaba de poner otro problema encima de la mesa. Cómo si no tuviésemos suficientes frentes abiertos en estos tiempos de pandemia y zozobra. Así al menos lo perciben los afectados, fundamentalmente ganaderos y agricultores. La Comisión Estatal de Patrimonio Natural, que depende del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, ha aprobado hace unos días la inclusión de las poblaciones de lobo ibérico existentes en todo el país en el régimen de especial protección. Por lo tanto, cuando esta decisión sea firme, dejaría de ser considerada especie cinegética. Esta medida, aplaudida por animalistas y ecologistas, en general, ha puesto en pie de guerra a las comunidades autónomas que están al norte del río Duero. Sus respectivos gobiernos ya trabajan en una alianza para tratar de impugnar esa polémica disposición.

No soy, no he sido y casi con total seguridad, salvo que sea por cuestiones de supervivencia, no seré nunca cazador. No he pegado un tiro en mi vida. Un primo se quedó con la escopeta de cartuchos que heredé de mi padre, quien a su vez la había recibido de uno de sus tíos como regalo póstumo. Creo que tampoco llegó a utilizarla nunca. La carabina, de dos cañones en paralelo, se pasó media vida en lo alto de un armario, con la compañía siniestra de dos cajas de munición sin abrir. En todo caso, aunque a mí no me guste la caza, respeto a las personas que sí disfrutan de esa u otras ocupaciones que no figuran entre mis preferidas. Además, hay que reconocer que la actividad cinegética mueve mucho dinero y, consecuentemente, genera puestos de trabajo. Es un sector que tiene su importancia desde el punto de vista económico.

Por supuesto, también hay quien defiende que la caza desempeña en determinadas circunstancias, siempre que la actividad se ejerza con responsabilidad y las correspondientes limitaciones, una función que podría calificarse como social. Se refieren, quienes abrazan ese argumento, al control de las poblaciones de fauna salvaje que provocan cada año millones de euros en pérdidas a agricultores y ganaderos. No está de más de recordar que algunas de ellas no tienen más depredador que el propio ser humano, lo cual tampoco es moco de pavo, porque seguramente estamos hablando del predador más peligroso que existe en la naturaleza. Incluso para su propia especie. Lo dijo Plauto y lo popularizó el filósofo inglés Thomas Hobbes.“Homo homini lupus". El hombre es un lobo para el hombre.

Supongo que todos estamos de acuerdo en la necesidad de conservar una especie como el lobo. Ninguna persona con dos dedos de frente se plantearía la extinción de esta u otra especie de fauna salvaje como una opción. Sin duda, hay que protegerlo, incluso cuidarlo. El problema está en determinar quién le da de comer. El secretario general de Unións Agrarias, Roberto García, dice que “el problema lo tienen los ganaderos, no los lobos”, dado que el año pasado murieron en Galicia “más de cuatro mil reses” como consecuencia de los ataques de estos cánidos. Es evidente que los productores gallegos no tienen la obligación de alimentar a las alimañas con el fruto de su trabajo. No pueden seguir soportando esas pérdidas con las compensaciones actuales, básicamente ayudas escasas y que casi siempre llegan muy tarde, distraídas entre los papeles descoloridos de la burocracia.

Si la propia sociedad, en este caso el Gobierno que la representa, reconoce en la preservación del lobo un bien colectivo, todos tendremos que pagar los gastos derivados de su conservación. Para eso está, o debería, el dinero público. El mundo rural tiene suficientes problemas, no necesita ninguno más. Tierras fértiles de cultivo están ahora llenas de maleza. Los animales salvajes estaban antes en el monte, pero ahora los matorrales tapan los caminos y llegan a la misma puerta de las casas. Hogares que se van quedando vacíos, en aldeas cada vez más despobladas. A este paso, el hombre también será una especie en extinción en amplias zonas de nuestra geografía. Si no lo es ya.

Un antiguo compañero decía que aquel problema que se arregla con dinero, no lo es si lo tienes. Es una circunstancia más. El que provoca la fauna salvaje pasa por controlar las poblaciones y por indemnizar a quienes sufren sus ataques. Así de sencillo y así de difícil. Hay que tener sentido común a la hora de legislar y rascarse el bolsillo.

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