MEDIOAMBIENTE

Las toallitas: mejor no usarlas y nunca tirarlas al retrete

Julen Rekondo analiza los peligros de las toallitas húmedas, denominadas el nuevo monstruo de la gestión del agua

Fermín Astráin

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Podemos vivir sin ellas, pero las consumimos por toneladas. Lo que pagamos al comprarlas es lo de menos. En cuanto a las toallitas húmedas que terminan en el váter, empiezan a costarnos, en el conjunto de la Unión Europea, entre 1.000 y 1.500 millones de euros anuales Una factura que pagamos entre todos. Las toallitas higiénicas de los bebés tienen buena parte de la culpa. Pero es que ahora también las compramos para un sinfín de cosas más. Así, por ejemplo, hay toallitas para limpiar superficies de acero inoxidable, para limpiar frigoríficos, para limpiar microondas…. De ello vamos a hablar hoy con Julen Rekondo.

Artículo de Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente

El uso cada vez mayor y la nefasta gestión de los residuos de las toallitas húmedas es uno de los problemas ambientales más importantes que tenemos en sociedades como la nuestra, donde no existe regulación y donde se practica el Greenwashing (“Green” significa “verde” más “washing” que significa “lavado”), en este caso por parte de las empresas fabricantes de las toallitas húmedas, porque en casi todas las marcas aparece la palabra biodegradable, cuando no lo son.

Las cifras oficiales nos dicen que cada ciudadano o ciudadana a nivel estatal consume unos 15 kilos de toallitas al año, que en total son un consumo de 714 millones anuales. El problema es que muchas de ellas se vierten en el retrete y generan atascos en la red de alcantarillado y en las depuradoras, y, acaban en los ríos y en el mar, con las afecciones ambientales que lleva consigo. De esta manera, en repetidas ocasiones nos hemos informado a través de los medios de comunicación que los pescadores encuentran toallitas en sus redes. Las razones por las que esto representa un grave daño es que contienen fibras sintéticas y químicas, y no son biodegradables y contienen microplásticos.

A pesar de que, desde el Gobierno de Navarra y la mancomunidad de la Comarca de Pamplona, entre otras instituciones u organismos, se han hecho campañas informativas donde se insiste cada vez más de que no se tiren por el inodoro toallitas, pañales de bebés, bastoncillos y demás residuos, ya que desencadenan atascos y roturas en saneamientos generales y particulares, se sigue haciendo. La Asociación Española de Abastecimiento de Agua y Saneamiento (AEAS), que aúna a empresas municipales, mixtas y privadas de gestión del agua estima que más de 200 millones de euros al año se llevan solo los trabajos de depuración del agua. Entre 4 y 6 euros por habitante.

La Unión Europea, y la trasposición de sus normativas al Estado español intenta poner en marcha las primeras regulaciones para hacer frente a este problema, pero la solución sigue estando muy lejos de hacerse realidad, como lo demuestran las constantes informaciones sobre acumulación de estos desechos.

En los últimos años, en Reino Unido se está estudiando la elaboración de una legislación pionera para regular el uso de las toallitas, y si la cosa va para adelante se dotaría en el dicho país de una ley que prohibiría la comercialización y uso de toallitas que contengan plásticos. El objetivo no es fácil -el mercado de las toallitas húmedas es inmenso en Reino Unido- pero, ante el primer borrador de normativa, los grupos ecologistas, que hace dos años ya presentaron una propuesta sobre el tema, consideran que es imprescindible superar todas las resistencias para proteger el medio ambiente.

Una pega que ven las organizaciones ecologistas es que tal y como está planteado por ahora es que la prohibición solo afectaría a las toallitas que contengan plásticos, sin especificar si ciertos polímeros o telas sin tejer sintéticas, entran o no esta categoría.

Podemos vivir sin las toallitas, pero las consumimos por toneladas. Lo que pagamos al comprarlas es lo de menos. En cuanto a las toallitas húmedas que terminan en el wáter, empiezan a costarnos, según datos de la Unión Europea, entre 1.000 y 1.500 millones de euros anuales en depuración de aguas. Una factura que pagamos entre todos los ciudadanos y las ciudadanas.

En el Reino Unido y en base a los datos que maneja Water UK, que es un organismo que representa a la industria del agua del Reino Unido, las toallitas húmedas tiradas en los retretes causan el 93% de los bloqueos del alcantarillado, y su limpieza cuesta alrededor de un equivalente a 110 millones de euros al año. Alrededor del 90% de las toallitas contenían plástico en 2021, aunque ahora hay algunas alternativas disponibles para comprar. "Nuestra propuesta es prohibir el plástico en las toallitas húmedas" -según declaraciones de Therese Coffey, ministra de Medio Ambiente en BBC News-, detallando a continuación que todavía se debe completar una consulta pública para hacer posible la prohibición concreta en Inglaterra”.

En mi opinión, la prohibición de las toallitas húmedas podría ser una alternativa, pero antes una solución bien sencilla consiste en colocar una papelera en el baño y depositar en ella las toallitas junto al resto de los residuos. El contenido final debe ir al contenedor de la fracción resto. La utilización de la papelera evitará atascos y problemas en el tratamiento de las aguas residuales y supondrá un importante ahorro económico.

La campaña de comunicación realizadas en los últimos meses por las entidades gestoras del agua que alertan del peligro que encierra arrojar toallitas por el váter, ha calificado a este problema como el “nuevo monstruo de la gestión del agua”. Pero a este monstruo se le puede derrotar, no echando las toallitas por el váter, al margen de lo que diga el envasador, ya que normalmente el empaquetado del producto lleva la etiqueta de biodegradable... cuando realmente no lo es. Sería necesaria una normativa que obligue a que todos los envases de toallitas húmedas, a que luzcan en un lugar destacado de todos sus lados un texto claro, directo e inequívoco, en letras grandes: NO ARROJAR AL VÁTER. De esa manera los fabricantes dejarían de llevar a engaño al consumidor con la artimaña de la palabra “biodegradable”.