¿Gritas más de lo que quisieras? Un psicólogo explica por qué y cómo evitarlo

Javier De Haro diferencia entre los gritos buenos y los que se convierten en una mala rutina

Maite Fernández

Murcia - Publicado el

3 min lectura

No todos los gritos son iguales, ni tienen las mismas consecuencias. Hay algunos de desahogo, e incluso de felicidad, pero otros esconden ira o sentimientos poco beneficiosos para el que los da y para el que los recibe.

Gritar. A veces lo hacemos sin pensar, como un impulso que se desata cuando estamos desbordados. En casa, con los hijos, con la pareja, incluso con uno mismo. Nos pasa a todos, incluso a quienes menos lo aparentan. Pero, ¿por qué gritamos más de lo que quisiéramos? ¿Y cómo podemos evitarlo?

Javier de Haro, psicólogo y educador con una larga experiencia, lo tiene claro: el grito no es tanto una herramienta de educación como una válvula de escape del estrés acumulado. Y aunque puede parecer eficaz en el momento —el niño se detiene, el adulto reacciona— el coste emocional y educativo es alto. "Cuando gritamos, no educamos desde la firmeza, sino desde el miedo", afirma. 

¿Por qué gritamos?.  Detrás de la mayoría de los gritos hay desorganización, falta de previsión y agotamiento emocional. “Cuando vamos improvisando, sin estructura ni espacios para respirar, somos más propensos a explotar”, explica Javier. Y es que, como él mismo dice, cuanto menos control tienes sobre tu día, más posibilidades hay de que pierdas el control sobre ti mismo.

gritar a destiempo

Además, muchas veces no gritamos por lo que está pasando en ese instante, sino por todo lo que llevamos dentro acumulado. El trabajo, las prisas, los conflictos no resueltos… Todo se suma. Y quien lo paga muchas veces es quien menos culpa tiene: los hijos. 

El peligro de normalizar el grito.  Uno de los puntos más preocupantes, según Javier, es la normalización del grito como forma de comunicación. Tanto por parte del que grita, como de quien lo recibe. “Cuando una familia se acostumbra a convivir con gritos, se difuminan los límites del respeto. El grito ya no impacta, se vuelve parte del paisaje”.

Y esto tiene consecuencias a medio y largo plazo. Los niños que crecen en entornos con gritos constantes no solo aprenden a relacionarse desde la agresividad o el miedo, sino que también pueden adoptar ese estilo comunicativo con sus amigos, compañeros de clase e incluso con sus futuros hijos. 

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Educador y psicólogo

¿Qué podemos hacer para evitar que esta situación se convierta en habitual?. El experto ofrece un proceso que puede funcionar si se siguen unos pasos. Javier propone una mirada en tres fases: antes, durante y después del grito. 

Antes del grito: organización y autocuidado.  Anticípate: Una buena organización del día y rutinas claras reducen el estrés y la probabilidad de estallar.

Escoge tus batallas: No todo es importante. Prioriza lo esencial: respeto, salud, convivencia.

Cuida de ti: Si tú no estás bien, es difícil sostener a otros. A veces es más importante tomarte cinco minutos que fregar los platos.

Durante el impulso: interrumpe la escalada.  Haz una pausa activa: Sal de la habitación si es necesario, respira, cuenta hasta diez o repite tu frase de emergencia: “Ahora estoy muy alterado, necesito calmarme”.

Pregunta antes de reaccionar: Aunque sepas lo que ha pasado, preguntar frena el impulso y activa el razonamiento.

Ten frases preparadas: Tener tu propia “muletilla” ayuda a cortar el impulso y mantener el control. 

Después: reparar y enseñar.  Pide perdón si te has pasado. No te quita autoridad. Todo lo contrario. Les enseña que los adultos también se equivocan y saben reparar.

Refuerza el respeto como valor clave: Recuerda que el cómo decimos las cosas es tan importante como el qué.

Permite que los niños pongan límites también: Si un niño te dice “por favor, no me grites”, escúchalo. Es una oportunidad de conectar y educar con conciencia. La firmeza no necesita gritos.

Javier insiste en una idea esencial: "la autoridad no está en el volumen de la voz, sino en la coherencia entre lo que decimos y hacemos". Educar no es dominar. Es guiar con claridad, firmeza y respeto.

Gritar es humano. Pero reconocerlo, entenderlo y aprender a gestionarlo también lo es. Y eso, en sí mismo, ya es una gran enseñanza para los hijos.