Flexibilidad universitaria: Carta a los futuros ministros y consejeros de educación

Ya puedes leer la opinión de Pablo Martínez de Anguita, profesor titular de la Universidad Rey Juan Carlos

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Pablo Martínez de Anguita

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6 min lectura

Heredé de Natalie mi interés académico por los bosques sagrados africanos. Ella fue alumna mía de máster en la Universidad de Yale. Su pasión por ellos me hizo entender que eran una reliquia viviente de lo que fue la biodiversidad africana antaño, como años más tarde comprobé trabajando en Sierra Leona. Natalie había pasado varios años en Togo estudiándolos y comprendiendo su importancia. Visto su interés por manejar todos los aspectos relacionados con su futura conservación, fue admitida en el postgrado de nuestra escuela forestal. Se matriculó en varios cursos propios del Máster de Política Ambiental, pero también cursó asignaturas sobre lenguas y política africanas en las escuelas de postgrado de idiomas y de ciencias políticas de la Universidad. Natalie eligió entre más de 1000 asignaturas de postgrado de Yale aquellas que mejor podían prepararla para su reto. Hoy Natalie es una brillante profesional comprometida con su investigación, con la conservación y con África.

La educación de postgrado anglosajona ha triunfado porque ha partido de dos ideas. El alumno trae algo consigo que debe desarrollar, y para ello su formación de postgrado debe dirigirse a “sacar” lo mejor de él introduciéndole a través de un diálogo con lo “mejor” de cada uno de los profesores en relación a ese “algo” que aporta, que re-descubrirá en la universidad y que deberá ir haciendo crecer a medida que transcurra su formación. Cuando un tutor en Oxford, universidad en la que también he podido observar este fenómeno como profesor, guía a un alumno; lo hace a sabiendas de que le abrirá las puertas de toda la Universidad. Éste por una parte le enviará a hablar con profesores de diversos “colleges” que son auténticos expertos en el tema que el estudiante va descubriendo como vital, y por otra le invitará a tomar los cursos y sobre todo a leer todo aquello que en ese momento pueda abrirle más horizontes. De este modo, el alumno formará primero y aclarará después sus hipótesis. El tutor entonces facilitará que el estudiante verdaderamente saque de cada profesor lo mejor, no tanto en términos de lo que el profesor considera como lo “más importante”, sino en la medida en que su experiencia y conocimientos constituirán una respuesta a una pregunta que el alumno se va formulando y que constituye la guía de su investigación.

Hoy la situación de los másteres – y en gran medida de los títulos de grados- en España impide radicalmente formar a una persona como Natalie. La razón es clara. Nuestros postgrados (y grados) son campos cerrados. Cada grupo de profesores desarrolla el suyo conforme a sus intereses locales, y lo defiende con uñas y dientes. Si bien es cierto que el itinerario académico que proponen los grupos es, generalmente, fruto de una profunda reflexión sobre las necesidades futuras del alumno, también lo es que la realidad profesional y científica siempre supera nuestros conceptos y límites, como diría Hamlet a Horacio: “There are more things in heaven and Earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy.”

Hoy los profesores universitarios españoles y sus cursos son tan buenos o mejores que los de nuetros colegas americanos o ingleses. Sin embargo trabajamos bajo un sistema educativo legal que minimiza en muchos casos nuestras posibilidades formativas y por lo tanto nuestra capacidad productiva científica. Probablemente en la Comunidad de Madrid tengamos la mayor aglomeración de asignaturas de postgrado de toda Europa, y a pesar de ello los estudiantes son obligados a asumir itinerarios rígidos, que si bien en muchos casos constituyen el mejor de los posibles, en otros cuantos, como el caso de Natalie ahogan la capacidad de descubrir lo que verdaderamente necesitan dichos estudiantes, y cuya creatividad les exige interrelacionar conocimientos para generar novedades. Hoy en postgrado hay cientos de alumnos que tienen que aprender cosas que no les sirven para su investigación ni les interesan, al tiempo que dejan lagunas importantes en su formación de cara a trabajar en sus tesis. Y en el grado prácticamente ninguna universidad pública española permite a sus alumnos explorar aquellas materia, que más allá de su itinerario formativo, les generan curiosidad o interés. Hemos concebido nuestra universidad como el lugar donde los profesores descubrimos a lo que los alumnos lo que debemos enseñarles, en lugar de enseñarles su deber de descubrir. Todo ello tiene un precio. Ninguna universidad española está en el ranking de las grandes universidades mundiales.

Hoy en la universidad española cualquier innovación educativa implica farragosos cambios de planes de estudios que pasan por comisiones de todo tipo durante meses. ¿Cómo es posible que a fecha de hoy le sea a un profesor de universidad tan difícil impartir su asignatura en inglés?, ¿cómo puede ser tan complejo proponer nuevas asignaturas de prueba en las que un docente imparta lo mejor de su conocimiento en un grado y valorar su efecto? ¿Cómo es posible que mantengamos carreras con cinco alumnos en primero antes que repensar en que falla la oferta y modificarla al año siguiente? Lamento decirlo pero no es un problema – al menos exclusivamente- de financiación.

Pero también hoy somos muy atractivos. Pensémoslo desde la perspectiva del alumno. ¿Dónde mejor que a Madrid iría un estudiante sabiendo que tiene a su disposición mas cursos y profesores que las universidades de Yale y Oxford juntas? Hoy casi todos hemos oído a Steve Jobs decir que si no se hubiera sencillamente enamorado de la caligrafía, los ordenadores serían aun máquinas lejanas y ajenas a nuestra vida cotidiana. ¿Dónde podrá desarrollar mejor su innovación y creatividad un futuro innovador o emprendedor que en un lugar en el cual pueda aprender todo aquello que, acompañado por un tutor, le prepare para un futuro que quizá sólo él es capaz de vislumbrar?

Hoy, la Comunidad de Madrid y sus universidades ofrecen la mejor oferta educativa que cualquier estudiante europeo podría soñar. Facilitar una formación a medida del alumno frente a nuestros actuales modelos de postgrado rígidos en gran medida desarrollados a medida de los profesores puede hacernos dar un salto en competitividad y productividad científica. Poner en común nuestros recursos, sin perder nuestras respectivas identidades como universidades, pero potenciando la figura del tutor de postgrado y la optatividad entre cualquier asignatura de cualquier universidad nos podría permitir en muchos casos formar especialistas en campos que hoy todavía no imaginamos, pero que constituirán el futuro, un futuro que será no sólo fruto de la especialización, sino también de la apertura a la realidad a través de la constante interrelación de conocimientos.

La flexibilidad guiada en el diseño curricular de la formación de postgrado, y en parte en la de grado, permitirá a las universidades poner a disposición del alumno todo su potencial intelectual. Un acompañamiento en el cual la intuición y el interés de quien quiere aprender y la experiencia de quien ya sabe se fundan, facilitará a nuestros alumnos -y a nosotros mismo los profesores-, desarrollar nuevas ideas en todo su potencial. Y estas ideas y reflexiones nuevas, adecuadamente elaboradas y sometidas a crítica, constituyen el motor tanto de la investigación propia de máster o doctoral del alumno como de su desarrollo profesional y su capacidad emprendedora. Son en última instancia nuestro futuro, y constituyen una parte sustancial de la producción científica de nuestras universidades y de nuestro crecimiento económico como país.

Ahora que vivimos tiempos difíciles en los que no podemos disponer de más recursos, en los que el propio mercado laboral exige flexibilidad y adaptación, nada nos impide empezar a desarrollarla nosotros mismos en la universidad. Ser más flexibles para ser más creativos y más competitivos es probablemente parte del camino para ser más excelentes.

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