31 de mayo, día mundial de la vida intrauterina

La vida intrauterina tiene mucha ciencia y ternura que enseñarnos. Nada mejor que comenzar por celebrarlo durante un día al año.

31 de mayo, día mundial de la vida intrauterina

Pablo Martínez de Anguita

Publicado el - Actualizado

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Explican los científicos que los anfibios, como las ranas y los sapos, son una clase de vertebrados cuyo origen se remonta al periodo devónico, concretamente hace aproximadamente unos 380 millones de años. Y que surgieron a partir de un grupo de peces de aleta carnosa o lobulados llamados sarcopterigios. La ciencia sigue explicando cómo durante aproximadamente 80 millones de años fueron los reyes del mambo en todos los ambientes húmedos de las tierras emergidas del planeta. Eran capaces de vivir dentro y fuera del agua a diferencia de los peces, que los pobres debían conformarse únicamente con el medio líquido. Pero todas las fiestas tienen un final, y a los anfibios parece que se les empezó a acabar al inicio de la era mesozoica, 300 millones de años atrás cuando el movimiento de placas tectónicas unió todos los continentes en uno, al que uno de los padres de la geología actual y principal autor de la teoría de la deriva continental, Alfred Wegener, llamó en 1912 “Pangea, que significa “toda (pan) la tierra (gea)”.

La formación de este supercontinente tuvo algunas consecuencias climáticas, entre otras el aumento de la distancia de sus zonas interiores al único océano, lo que trajo la disminución de lluvias en dichas áreas ahora alejadas de cualquier mar, y por lo tanto la desecación o aridificación de muchas zonas húmedas. Y este fue el fin de la fiesta de las ranas. ¡Y el comienzo de la nuestra!

Los primeros anfibios como buenos descendientes de los peces se reproducían por fecundación externa. De hecho la mayor parte de los anfibios sigue haciéndolo así. En la fecundación externa de los peces, las hembras expulsan los óvulos al agua y los machos el esperma, y en el medio externo acuoso se lleva a cabo la fecundación. La fecundación externa de los anfibios es quizá un poco menos aburrida, tanto el macho como la hembra descargan sus células sexuales en el agua y allí se unen para formar los embriones. Pero tienen que hacerlo de manera simultánea para asegurar el éxito, por lo que en muchas especies de sapos y ranas el macho se agarra a la hembra fuertemente y cuando ésta sufre contracciones y libera sus huevos es cuando él deposita sus espermatozoides; esta forma de acoplamiento en la reproducción de los anfibios es característica en anuros y se denomina “amplexo”. Respecto a los peces fue todo un paso… Eran los albores de la sexualidad con tacto y contacto.

Sin embargo fueron los reptiles, descendientes a su vez de los anfibios, los que mejor desarrollaron una solución frente a la nueva aridez de Pangea. Si el medio exterior ya no era líquido, ¿por qué no mantener la humedad en nuestro medio interior? Así los reptiles inventaron, si es que se puede llamar así al misterio evolutivo que aconteció, la reproducción interior. El medio acuoso necesario para el desarrollo de la vida embrionaria se desarrollaría en el interior del reptil femenino. A diferencia de peces y anfibios, la hembra una vez fecundada conservaría las crías en el interior de su cuerpo más o menos tiempo hasta que las crías estuvieran preparadas para salir al exterior. A diferencia de los huevos gelatinosos de los anfibios que no tenían ningún tipo de protección contra la desecación, los huevos de los reptiles (y posteriormente de las aves y algún mamífero como el curioso ornitorrinco australiano) eran capaces de mantener la humedad interior frente a un ambiente árido. Los huevos de los reptiles de hecho son amnióticos, es decir, tienen una membrana específica que evita que el huevo se seque, lo que les permite poner sus huevos en la tierra una vez producida la fecundación interior permitiendo que el embrión se desarrolle a partir de las reservas nutritivas del huevo. Ahora era necesario tener mucho tacto para el contacto.

Y a medida que los reptiles se independizaban del agua gracias a este oviparismo, algunos como las serpientes desarrollaron el ovoviviparismo, que es un tipo de desarrollo embrionario en el que el organismo pone huevos, pero estos permanecen dentro del cuerpo de la hembra hasta que el embrión está completamente desarrollado. La eclosión puede producirse inmediatamente antes del parto o inmediatamente después de la puesta (si quieren ver un parto ovovivíparo maravilloso pueden ver en este enlace el increíble y tierno nacimiento de un camaleón frente a otra especie de camaleón únicamente ovípara en este otro enlace). Y unida a este nuevo tipo de reproducción que permitía la conquista de nuevos territorios, surgían los penes y las vulvas. Ahora la reproducción sexual requería además del contacto, la atracción. Es decir una diferenciación dioica clara. Quedaba atrás el hermafroditismo de algunas especies de peces, los nuevos evolucionados requerían ser machos o hembras. Nacía por lo tanto en los reptiles el galanteo (¡Hola, soy el mejor macho que puede fecundarte cuando quieras!) y la coquetería (¡Hola, soy una hembra y busco al mejor macho para que me fecunde en estos días!). Empezaba la prehistoria del amor con el roce y el atractivo sexual.

Y del ovoviviparismo de serpientes y lagartos, la evolución saltó al viviparismo, que es lo que somos los humanos, vivíparos. Aparecieron los pelicosaurios (primeros reptiles mamiferoides) que llegaron a ser los carnívoros y ocuparon el vértice de la cadena trófica de los ecosistemas pantanosos. Y a partir de ellos evolucionaron los primeros cinodontos, que sobreviviendo a las grandes extinciones de estas eras, pasarían a convertirse en mamíferos durante el triásico. Y posteriormente, cuando Pangea de nuevo se separó hace 200 millones de años en los protocontinentes que ahora conocemos, es decir en el jurásico, los mamíferos gracias a nuestra última novedad evolutiva, la capacidad homeotérmica que nos permitía mantener nuestro cuerpo a una temperatura cálida (36ºC) a pesar del frío de las glaciaciones exteriores, logramos colonizar regiones geográficas donde las bajas temperaturas se lo habían impedido a reptiles y anfibios. El viviparismo alcazaba su cénit con la aparición del útero. Un espacio seguro, cálido, estable y acuoso, capaz de llevar la vida a cualquier rincón del mundo. Habíamos ganado la partida en la colonización de cualquier rincón del planeta (¿o alguien ha visto un cocodrilo en el polo norte?). Se incorporaba a la sexualidad la necesidad de un cierto tipo de calor, lametones y cortejos nupciales… ¿sentimientos, formas de mostrar cariño?

La vida intrauterina es pues un invento evolutivo desarrollado para garantizar la supervivencia de los individuos de las especies más evolucionadas (la más moderna de todas en el reino animal es el ser humano y posiblemente en el reino vegetal las orquídeas). Podemos definir la tasa de vida intrauterina como la división entre tiempo de vida intruterina y tiempo de vida intruterina + tiempo de vida extrauterina. 

Este pequeño porcentaje, que marca toda nuestra vida futura es el más desconocido y quizá también el que más nos pueda enseñar sobre lo que somos. Los mamíferos pasamos un porcentaje de vida intrauterina que va entre el 5% de la vida de un ratón (una gestación de tres semanas en un año y media de vida si las cosas le van bien en libertad), al 3% de un elefante (una gestación de dos años en una vida cercana a los 50) o al 1% en los humanos (asumiendo la esperanza de vida media mundial de 71,4 años). Curiosamente a lo largo de este tiempo de vida en algún momento llegamos a parecernos a todos nuestros antecesores, peces, anfibios, y reptiles.

Centenares de millones de años de evolución, de diferenciación sexual y reproducción interior han culminado en los mamíferos en la creación de un útero que sustituye al medio abierto acuoso marino eliminando sus peligros, generando un entorno interior acogedor para ese “alevín” mamífero que es el feto intrauterino. Pero también un entorno exterior. La misma evolución nos ha llevado en nuestra especie a un desarrollo de sentimientos de ternura, de apoyo y de cariño, que probablemente han tenido mucho que ver con hacer del homo sapiens una especie triunfadora y conquistadora del mundo. Somos una de las pocas especies de mamíferos en los que lo que se denomina en biología el “cuidado parental” corre generalmente a cargo tanto del macho y de la hembra (a diferencia de las aves, donde este cuidado esta también generalmente compartido por ambos progenitores). Así pues pareciera como que hemos evolucionado de tal forma que estos sentimientos (cortejo nupcial) se transforman en una alianza (de amor, cariño y ternura) que tiende a garantizar el mejor destino de la descendencia. De la aburrida reproducción de los peces a la apasionante aventura humana del amor… Parece como si hubiese un nexo aun ignoto entre la reproducción sexual intrauterina y el amor humano.

Pero volvamos a la evolución. Es sobre este pequeño porcentaje de tiempo tan crucial cuando la especie humana está mostrando unos comportamientos muy extraños por cuanto contraría toda la evolución previa y su apego a la supervivencia. Como señala Frederica Mathewes-Green desde una perspectiva puramente ecológica: “Si estuvieras a cargo de una reserva natural y te dieras cuenta que las hembras mamíferas embarazadas estuvieran intentando provocarse un aborto, comiendo plantas venenosas o haciéndose daño, ¿qué harías?… Inmediatamente pensarías, “Algo en este ambiente va realmente mal.” Algo está creando un estrés intolerable, tanto así que los animales prefieren destruir sus propias crías que traerlas al mundo. Te esforzarías en identificar y corregir sea cual fuera el factor que estuviera causando tal estrés en los animales”.

Pero mmientras los científicos llegan a explicarnos el porqué de esta extraña eliminación de la vida intrauterina humana en el mundo, podemos empezar por darle el valor y reconocimiento que merece. Por ello, y con el objeto de visibilizar la importancia de este período tanto en la vida humana como en la del resto de los mamíferos en la que se encuentran más desprotegidos, propongo declarar el 31 de mayo como día mundial de la vida intrauterina. Y ¿por qué el 31 de mayo? Pues porque en la tradición cristiana celebramos una de las fiestas más enternecedoras de nuestra fe, la visitación de Santa María a su prima Santa Isabel. En el capítulo primero del evangelio de San Lucas se narra como cuando la joven María embarazada de Jesús saludó a su prima mayor Isabel, y ella notó como la vida intrauterina que llevaba dentro (San Juan) no podía contenerse:

“ Porque he aquí, cuando llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lucas 1, 44).

La vida intrauterina tiene mucha ciencia y ternura que enseñarnos. Haríamos bien en escucharla como aquellas dos mujeres que cambiaron con su atención y cuidado, el rumbo de la historia. Para ello nada mejor que comenzar por celebrarlo durante un día al año en el cual asombrarnos y regocijarnos al asomarnos con respeto al misterio telúrico de la vida intrauterina.

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