Lo que el cáncer nos enseña
Aunque la peste del siglo llamada Covid19 haya opacado la dureza de esas cifras, el cáncer sigue segando vidas
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Hoy se celebra el Día Mundial del Cáncer, el día de ese maldito bicho que cada año, se cuela inesperada y traicioneramente en la vida de más de 277.000 solo en España, 759 al día, en una vida cada dos minutos.
Aunque la peste del siglo llamada Covid19 haya opacado la dureza de esas cifras, el cáncer sigue segando vidas, rompiendo sueños e hipotecando futuros, a pesar de los esfuerzos sobrehumanos de quienes nos ayudan a caminar la procelosa senda de la enfermedad. Investigadores, sanitarios, personal de apoyo, mecenas como Amancio Ortega, que generosamente contribuyen a poner a nuestro alcance las últimas tecnologías y los más novedosos tratamientos; a pesar de un sistema sanitario tan torticeramente utilizado por intereses ideológicos pero que, en la realidad es puntero, tan avanzado y puntero como el de los países más avanzados del mundo y, sobre todo, a pesar de nuestras familias y amigos que nos llevan de la mano con la esperanza de poder llegar juntos a la meta, una esperanza que es mayor cada día, porque estamos más preparados y tenemos más medios para luchar esa guerra y ganarla.
Pero, hoy, no sólo se celebra el día de ese bicho rompe vidas; hoy, también se celebra el día en que el bicho indeseado e indeseable dobla la rodilla, porque según el informe “Las cifras del cáncer en España”, la “supervivencia neta a 5 años de los pacientes diagnosticados en el periodo 2008-2013 en España fue de 55,3% en los hombres y de 61,7% en las mujeres” o lo que es lo mismo, unas seis personas de cada diez, en España, le doblan el pulso al cáncer.
Pero el cáncer no es enemigo fácil, por eso, es necesario, imprescindible que tomemos conciencia de que no entiende de edad, ni de clases sociales, ni de raza o ideología y que debemos adelantarnos, protegernos, prevenir y activar nuestras defensas en previsión de su posible e inesperada visita.
Conviene recordar que por mucho que pensemos que a nosotros no nos va a tocar, la ruleta de la suerte, pejiguera y caprichosa, un mal día, puede decidir que sí, que deja a las puertas de tu vida un regalo envenenado en forma de cáncer y que, entonces, tendremos que empezar una lucha que nos iguala a todos en el dolor y la incertidumbre pero en la que, si conseguimos mantenernos en pie, nos hacemos más fuertes.
Es cierto que cuando tienes un cáncer, no te queda mas remedio que asumir que ya nada será igual porque, aunque el bicho esté replegado en sus cuarteles de invierno, cualquier detalle, una simple gripe, un dolor nuevo..., te pone en alerta y te llena de desazón, pero a medida que vas ganando batallas y sumando prórrogas, aprendes lecciones de valor incalculable incluso cuando la enfermedad y los tratamientos te dejan como atropellada por un tren.
¿Puedes imaginar cómo te sentirías si hubieras estado al limite de la vida pero, cuatro años después, sigues despertando, abriendo los ojos cada mañana viendo la primavera entrar por la ventana y siendo consciente de que sigue vivo?. Es una sensación indescriptible que nos enseña que no hay enemigo imposible y que la vida es un regalo impagable.
El cancer nos enseña a apreciar el valor de cada amanecer, de cada nuevo día; cada nuevo día, nos enseña a valorar a las personas que queremos y nos quieren y con las que ya solo deseamos disfrutar cada minuto.
El cáncer nos enseña que el tiempo es oro que se escapa entre los dedos y te planteas si merece la pena perderlo en discusiones inútiles, por mucho que esas discusiones sean para defender los valores en los que crees.
Gracias al cáncer, cada sonrisa que recibes y repartes, se convierte en un regalo impagable porque no sabes cuándo y cuántas veces podrás repetirla.
Saber que estás caminando al borde de un abismo, te obliga a abrazarte firmemente a quienes te ayudan a ser mejor persona y llenan tu corazón de amor, de amistad, de alegría y de ánimo y a dejar a un lado, sin complejos ni miramientos, todo aquello y aquellos que sacan lo peor de ti.
Con el cáncer, yo aprendí que la lucha, cualquier lucha, tiene más posibilidades de ser ganada si te ayudan; aprendí que nunca hay que tirar la toalla porque, de repente, la suerte decide repartirte una buena mano de cartas que te permiten mantenerte en la partida; aprendí que, el cáncer ya no es un enemigo invencible; sobre todo aprendí a darle gracias a Dios por no dejarme sola y porque, con su toque divino, me arrope para que siga disfrutando de cada amanecer, de cada instante, de cada momento feliz, de cada batalla ganada, de cada primavera exultante de vida, de cada atardecer al amor del calor familiar, de cada segundo de mi vida.