En tus ojos está mi palabra

Antonio R. Rubio Plo

Publicado el - Actualizado

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“En tus ojos está mi palabra”. En mi opinión, este uno de los títulos más incisivos y atrayentes para un libro. Editado en España por las ediciones claretianas, se le ha dado un título que expresa toda una forma de vivir y una forma de ser. El título es obra del jesuita Antonio Spadaro, director de la Civiltà Catolica, probablemente la revista más antigua de Italia, fundada en el pontificado de Pío IX. Desde un punto de vista externo, parece una mera antología de discursos, homilías y mensajes escrito por Jorge Mario Bergoglio, cuando fue arzobispo de Buenos Aires entre 1999 y 2013. Pero es mucho más que todo eso. Los más de doscientos textos constituyen un todo coherente para profundizar en el pontificado de Francisco, que en su etapa bonaerense se anticipó en gran manera a su etapa de Pastor de la Iglesia universal, pues, entre otras cosas, vivía en una urbe globalizada, en la que confluyen miles de personas con sus alegrías y tristezas.

El acierto del padre Spadaro ha sido completo con el título. En tus ojos está mi palabra implica una llamada a la acción no solo de los pastores sino de los cristianos de toda condición. La Iglesia en salida no está llamada únicamente a pronunciar notables discursos y homilías sino en hacerse cercana a todos los seres humanos sin excepción. Es lo que hace el papa Francisco. Busca con frecuencia los rostros, los ojos de la gente, aunque formen parte de una multitud, pues toda persona es única e irrepetible. Hay que descubrir su cara, hacer que broten las palabras para volverse cercano. Y eso, sin olvidar, algo que para un cristiano debería ser del todo evidente: los ojos de los otros son los de Jesús que nos interpela, nos mira, y no estamos excusados de atender a esos pequeños nuestros hermanos que son otros Cristos. Estamos ante un modo de vivir y de hacer, según expresó el cardenal Osoro en el acto de presentación del libro en Madrid, que implica la donación total de una vida. El cardenal, que reconoció haber tomado abundantes notas del libro, tuvo además un recuerdo para san Pedro Poveda. Para el fundador de las teresianas, el verdadero discípulo de Jesús es el que experimenta lo mismo que los discípulos de Emaús: su corazón arde cuando Cristo va con ellos por el camino y les explica las Escrituras.

Estoy plenamente de acuerdo con esta afirmación. Personalmente ya conocía algunos de los textos del antiguo arzobispo de Buenos Aires, y los había utilizado hace años para profundizar en un artículo en dos de los amores del papa Francisco: la literatura argentina y la capital bonaerense. Había comprobado su amor por la ciudad y, de modo especial, por los que viven en ella, con sus miserias y sus grandezas. Pero ahora los textos del libro me resultan auténticas páginas de fuego, muy semejante al que envolvió a aquellos discípulos hasta entonces decepcionados por el supuesto fracaso de Jesús. Y aquí viene muy bien el consejo dado por don Carlos Osoro: el cristiano ha de meditar y vivir dos textos evangélicos en los que Francisco hace especial hincapié. Se trata del pasaje de los discípulos de Emaús y de la parábola del buen samaritano. Dos referencias indiscutibles para la Iglesia en salida a la que se refiere el papa. Son, sin duda, una llamada de atención para que la palabra llegue a esos ojos de la gente con la que nos encontramos día a día.

En la presentación del libro el padre Spadaro recordó a las personas dedicadas al quehacer intelectual algo que el papa vive en la práctica: las ideas solo se hacen carne, solo se hacen realidad en contacto con la gente. Si esto pasa con las ideas, ¿qué no pasará con el evangelio? Los maestros deben hacerse testigos, tal y como señaló el beato Pablo VI, y cabría añadir que no por ello dejan de ser maestros. No es difícil traer de nuevo a colación el título de En tus ojos está mi palabra. Un título para la cercanía, que es al mismo tiempo implica disponibilidad, cercanía, ir al encuentro del otro.

En un momento determinado el padre Spadaro se dirigió a sus oyentes de la presentación para preguntarles si habían entendido aquello de que las puertas de la Iglesia tenían que estar abiertas. Algunos interpretaban esta expresión en el sentido del inicio del pontificado de san Juan Pablo II, la de que los cristianos tenían que abrir las puertas a Cristo. Por el contrario, Spadaro le daba otro significado, acorde con la cultura del encuentro y la de la Iglesia en salida. Las puertas deben de estar abiertas para que Jesús salga fuera. Son los suyos, los cristianos que hacen suyo su mandato de hacer discípulos a todas las gentes. En tus ojos está mi palabra.

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