DISTRITO COPE
El canto de cisne de Queen y el adiós de Freddie Mercury: el homenaje de Distrito COPE a una leyenda
Se cumplen 27 años de la muerte del icónico cantante británico. Viajamos a través del último disco de Queen con Mercury, 'Innuendo', publicado en 1991
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“El espectáculo debe continuar. Por dentro, mi corazón se rompe. Mi maquillaje se puede estar descamando, pero mi sonrisa todavía permanece”.
No es fácil hablar de un disco con aura de canto de cisne, en el que es complicado no dejarse llevar por los sentimientos. Es complicado porque es difícil dar una visión objetiva sin caer en sentimentalismos, y más aún cuando te apasiona el grupo. Pero aquí se trata de rendir homenaje a una banda, Queen, y a un cantante, una leyenda llamada Freddie Mercury. Ya han pasado 27 años desde que dejó el mundo terrenal, que se dice pronto. Poco se sabía en aquel año lejano, 1991, acerca de su muerte inminente. Una muerte que, en muchos momentos, se dejaba entrever en su último disco, ‘Innuendo’. Un álbum en el que se anunciaba que algo iba a pasar… De repente, se encienden las luces, y aparece un payaso de aspecto lúgubre y siniestro, jugando con unos planetas de colores. Parecía la llegada de un circo apocalíptico.
Hablamos del primer corte del álbum, del mismo nombre. Una letra dramática, sobrecogedora, pero también solemne y elegante. Una composición mágica, una rapsodia espectacular en la que volvían a los Queen más complejos, épicos e increíbles. Una canción que te atraviesa y te desgarra por dentro. Un intenso interludio de música flamenco nos desvía genuinamente de esa impronta solemne, aunque solo un momento. A partir de ahí, ya no hay vuelta atrás. Una vez dentro del disco, ya no puedes salir hasta el desenlace final.
Un aura oscura, tétrica, en la que escuchamos a un Freddie Mercury en 'I'm Going Slightly Mad' con un registro muy grave, lejos del estilo al que nos tenía acostumbrados. Y una estética, la del videoclip, que nos recuerda mucho a la voladura genial y oscura de The Cure, con un Mercury vestido a lo Robert Smith. Y siendo consciente el cuarteto de que la muerte de su líder estaba cerca, que era inminente, también quisieron exprimir al Queen más puro, el Queen que puso el mundo patas arriba, como es el caso de 'Headlong'.
Ante la adversidad, rock duro. Antes las dificultades, las guitarras potentes de Brian May. Y ante un final cercano, el poder y la fuerza de Mercury, siempre secundado por el ritmo que marcaban Roger Taylor en la batería y John Deacon en el bajo. Un himno rockero perfecto. Y si ya se juntaban los cuatro para cantar a la vez conseguían, al menos por un momento, detener el tiempo.
"A través de la locura, a través de las lágrimas, todavía nos tendremos el uno al otro por un millón de años". Aquí volvemos a sentir esa despedida a modo de canción... Podría interpretarse como un tema de amor sin más, cuando cantan los cuatro en conjunto la frase que da título a esta canción, 'I Can't Live With You'. Pero que también podría entenderse en clave del evidente final de la banda.
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De nuevo, un Freddie Mercury casi angelical, nos lleva a la atmósfera oscura y sentimental a la vez en 'Don't Try So Hard'. Un estribillo que nos vuelve a sacudir hasta en el rincón más recóndito de nuestro ser. La voz de una leyenda que parece un lamento, pero un lamento precioso. Es la tónica habitual en prácticamente todo el disco. Aunque también, como ya hemos escuchado en algún momento de este disco, hay hueco para el derroche de energía. La inconfundible batería de Roger Taylor en 'Ride The Wild Wind' nos vuelve a recordar lo grande que llegó a ser este cuarteto, sobre todo en sus tiempos dorados. Un cuarteto que, esta vez, es capaz de sobreponerse a estos vientos salvajes que pregonan en este tema. Una forma de escuchar y sentir a Queen en su máximo esplendor.
Cuando uno coge cierto aire de esperanza y algo de luz en el disco, sobre todo en esta parte, vuelve en cuestión de pocos minutos a la realidad. Una realidad que nos mostraba a un Freddie Mercury muy debilitado y comido, literalmente, por la enfermedad que padecía, el sida. Pero nadie lo sabía, salvo su entorno cercano. Y fuera de ese búnker solo había rumores, sospechas, pero había momentos en los que era inevitable no notar en el ambiente el fuerte aroma a despedida, como es el caso de 'These Are The Days Of Our Lives'. Y sin embargo, a pesar de la tristeza del mensaje, era una canción increíblemente bella.
Una canción que fue compuesta por el batería del grupo, Roger Taylor, en honor a sus hijos y a la felicidad que estos les transmitían. Sin embargo, él mismo se dio cuenta de que, en cuanto la cantó por primera vez Freddie Mercury, el mensaje se sobredimensionaba, era muchísimo más profundo. Es decir, lo concibió más como una despedida a su colega de grupo, que tenía los días contados. Y así se quedó. Los últimos vídeos de la banda cogen especial importancia, ya que prácticamente todos nos reflejan lo que, desgraciadamente, estaba por venir. En esta canción, la puesta en escena era en un lugar etéreo, como una especie de limbo. Es complicado quedarse con algún solo en concreto de Brian May, pero el de esta canción cobra gran importancia, aunque no sea especialmente brillante o virtuoso. Pero nunca en mi vida una guitarra me había transmitido tal sensación de nostalgia, de despedida, de decir adiós.
Se le veía muy, muy desmejorado, y su último plano -de hecho, la última aparición ante una cámara de su vida- parecía una despedida. Tardaron dos horas en maquillarlo, para evitar dejar cualquier rastro de su enfermedad. Pero era evidente que algo le pasaba, ya que estaba tremendamente delgado y afectado en exceso físicamente por el sida. Hay un momento, estremecedor, en el que alza los brazos y mira al cielo. Acto seguido, agacha la cabeza para terminar mirando a cámara, esbozar una media sonrisa y susurrar: 'I still love you'. Es su despedida de los focos. Ya no lo volveríamos a ver nunca más. Un adiós en el que Mercury no se olvida de su querida y preciada gata, Delilah, a la que profesaba un profundo amor. Y así lo hizo, se despidió de la mejor manera que lo podía hacer, en forma de canción.
Quizá sea la más prescindible de este disco, pero es la despedida de Mercury. ¿Por qué no dedicarle una canción a tu animal de compañía? Hasta el propio Mercury hace como ruidos de gato mientras canta esta canción. Él no podía ni con su alma, el sida hacía estragos en su maltrecho cuerpo. Pero en lo más profundo de su ser, había algo que le empujaba a seguir. Y se deja la vida, hasta el último aliento. Cuenta Brian May que en muchos momentos de la grabación del 'Innuendo' a su colega Mercury le costaba hasta mantenerse en pie. Esto provocó que se fraccionaran aún más las sesiones de grabación. Llegó un momento en el que Mercury dejó de cantar y se apoyó sobre un amplificador, alegando que no podía más. Acto seguido, agarró una botella de vozka, y después de apurársela casi hasta la mitad, de golpe, dijo: “Voy a cantar hasta que me desangre”.
Y llega un momento en el que todo suena a despedida, en el que ya parece que se está marchando. Unos teclados que evocan, presagian un final… y una guitarra, la de Brian May, que allana el camino hacia un Freddie Mercury, ya borroso y que, poco a poco, se va desvaneciendo. “Tú y yo estamos destinados, estarás de acuerdo. Pasar el resto de nuestras vidas el uno con el otro. El resto de nuestros días como dos amantes para siempre, mi joya”. La corta y breve parte vocal de Mercury en este tema, 'Bijou', nos vuelve a encoger el corazón. Después de colocar y preparar todo ese camino... Llega el momento final. Es como una especie de ceremonia, la última de todas. El inicio apocalíptico que sembró la canción Innuendo se culmina en el final de este disco. Ellos lo saben, y él, especialmente, lo sabe. Por eso lo deja bien claro en este último cónclave. Es su testamento en vida, no hay vuelta atrás: El espectáculo debe continuar.
Él sabe que está a las puertas de su muerte. Pero no quiere que se detenga el show cuando él ya no esté. Es realmente increíble que en el peor momento de Freddie Mercury, lógicamente los años previos a su muerte, quizá sea el disco en el que mejor canta de todos. Y es la última canción del último disco que iba a grabar Queen como cuarteto. Canción que compuso, sorprendentemente, Brian May, no Freddie Mercury. Cuando le enseñó la letra a su colega, este último apenas se inmutó de que hablaba sobre él y sobre su final. Pero sí que le dijo: “Me has puesto notas jodidamente altas y muy difíciles de cantar”. Pero tras meditarlo unos pocos segundos, Freddie Mercury le espetó “¡qué demonios, lo haré!”.
Estremece este final repetitivo del 'Go On' desvaneciéndose poco a poco. Es como un eco remoto que parece que no vas a escuchar nunca más. Y por eso, da la sensación como de que el propio grupo no quería que se terminara la canción. El mejor final posible que podían tener los cuatro juntos. Un himno final espectacular, majestuoso, que supera todas las barreras existentes. También destacamos la última canción en la que Freddie Mercury puso su voz, tan solo unos días antes de su muerte. Una canción que no le dio tiempo a terminar. Si algo destaco especialmente de Mercury, además de su indiscutible talento, es que quiso grabar todo lo posible antes de partir para siempre. A pesar de que la enfermedad le impidiera muchas veces que diera lo mejor de sí. Aumentar aún más su legado, al fin y al cabo. Incluso grabar material para que sus compañeros pudieran finalizarlo cuando él ya no estuviera con ellos.
Mercury se para en la grabación, por enésima vez, al igual que en los últimos diez meses, y dice que se marcha a descansar, porque tiene el cuerpo destrozado. Mañana ya sería otro día para finalizar la canción... Pero nunca más volvió a aparecer. Y el sobrecogedor final, con un Brian May concluyendo con su voz la última estrofa que no pudo cantar el líder de su banda, porque este ya se había marchado.
“Me duele el cuerpo, pero no puedo dormir. Mis sueños son toda la compañía que mantengo. Tengo la sensación de que el sol se pone. Voy a casa con mi dulce amor de madre”.