‘Diálogos’: Carla Royo-Villanova y Ramón Freixa

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Su madre quería que su primer hijo naciera en Bilbao. El 2 de enero de 1969, a Carmen, le quedaban 15 días para dar a luz. Cogió un coche-cama por la noche, de Madrid, con la intención de llegar a su destino por la mañana. Pero en Ávila se tuvo que bajar porque comenzaron las contracciones. Nevaba mucho y a las 3 de la madrugada daba a luz sola en la Cruz Roja de Valladolid a su hija.

Carla Soledad Royo-Villanova nació castellana pero pronto viviría pegada a una maleta. Quienes la conocen la definen como divertida, cercana, humana y con un gran corazón. Dicen que sabe escuchar. Que es generosa. Que le encanta la naturaleza, pintar, escribir y montar en bicicleta. Que es incansable. Que lo que empieza, lo acaba. Que no es fácil de convencer. Que el brillo de sus ojos revela que quienes le rodean pueden confiar en ella.

Con solo 16 años encontró a su príncipe pero como suele decir ella, no era azul sino de muchos más colores. Se lo presentaron sus primos. Y con 23 se casó con Kubrat de Bulgaria. Su primer y único novio. Por el que Carla dejaba de ir a clases de Derecho, cogía temprano un autobús en Madrid dirección Pamplona, comía con él sin que sus padres lo supieran y regresaba por la noche.

Ahora el reino de esta princesa y empresaria es su familia. Sus 3 hijos y también sus proyectos.

El primer plato que elaboró Ramón Freixa lo degustó un comensal muy especial: su gato. Hoy tiene dos estrellas Michelín gracias a su restaurante en Madrid. Siendo joven, lavó platos y limpió calamares en el establecimiento de su padre y convirtió la panadería de su abuelo en su patio de recreo. Creció rodeado de azúcar, harina, masas y hornos. Quería dedicarse a la música pero a los 12 años se dio cuenta de que simplemente cantaba mal.

Vitalista y divertido, a este catalán afincado en Madrid le pone de mal humor la impuntualidad y el desorden. Le encanta la moda y no es lo único. También el chocolate y los canalones de su padre. Lleva más de 20 años emparejado con la cocina. A Madrid llegó en el verano de 2009 con el Mediterráneo a cuestas y con él y con productos de otras zonas de España, investiga y conceptualiza los viajes de emociones que regala a través de sus platos.

Hoy, Carla y Ramón, dos luchadores, paran el reloj para sentarse a la mesa.