Giorgio Marengo y su primer año como obispo en Mongolia
La historia de monseñor Giorgio Marengo, un religioso misionero que ha cumplido su primer año como obispo en Ulán Bator, en las remotas tierras de Mongolia
Madrid - Publicado el - Actualizado
2 min lectura
Monseñor Giorgio Marengo tiene 47 años y es italiano, como su propio nombre indica, aunque ha pasado casi media vida en Mongolia. Llegó allí en 2003, junto a otros hermanos del Instituto Misionero de la Consolata, con el encargo de acompañar a la incipiente comunidad parroquial de Alvaiheer, en la región de Uvurkhangai.
Monseñor Marengo cree que su labor como prefecto apostólico de Ulán Bator tiene mucho parecido con el ministerio episcopal de la Iglesia primitiva. “Somos como los apóstoles que, en los primeros días del cristianismo, dieron testimonio de Cristo resucitado, siendo una minoría en comparación con los lugares y culturas donde fueron a anunciar al Mesías”, reconoce en una entrevista en la Agencia Fides.
Y es que la Iglesia en Mongolia es pequeña y periférica. Atiende a unos mil 300 fieles de un total de casi 3 millones y medio de habitantes. Pero la escasez numérica es inversamente proporcional al compromiso y dedicación de los fieles católicos. En el país hay 8 parroquias y unos 60 misioneros de distintas nacionalidades. Aunque mucha gente en Mongolia ve el cristianismo como algo novedoso y traído de fuera, la presencia de la fe en aquellas tierras se remonta al siglo décimo y hunde sus raíces en la tradición siríaca, que luego fue congelada por la epopeya del Imperio Mongol fundado por Gengis Kan.
Monseñor Marengo explica que su labor consiste en acompañar y formar a los bautizados para ayudarles a crecer en la fe. Para ello, es fundamental estudiar el idioma y comprender cuáles son sus referentes, su historia y sus raíces culturales y religiosas.
Pero además de la dimensión espiritual, desde la Prefectura también se realizan iniciativas de carácter asistencial y social, como la construcción de unas duchas públicas, programas extraescolares para niños, un proyecto de artesanía llevado por mujeres, una guardería o un grupo de rehabilitación para alcohólicos.
“Es un trabajo complejo y, a veces, incluso, duro. Pero no desanima a los misioneros, auténticos pastores con olor a oveja que viven el Evangelio y dan testimonio de él”, reconoce monseñor Marengo.Un compromiso que el religioso italiano resume en una expresión que escuchó de boca de un obispo indio: “Susurrar el Evangelio al corazón de Asia”. Y eso es lo que quiere hacer monseñor Marengo: un trabajo constante, silencioso, de evangelización. Que Dios le ayude con este susurro.