En 'El Espejo'

Esta es la historia del P. Fernando Huidobro, S. J., el capellán al que los legionarios "querían a rabiar"

Dejó una brillante carrera intelectual para enrolarse como capellán de la Legión en la Guerra Civil y encontró la muerte en el frente y por amor

Redacción Religión

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La archidiócesis de Madrid, donde murió, ha celebrado la apertura de la causa de beatificación del padre Fernando Huidobro, S. J.. El jesuita fue capellán de la Legión durante la Guerra Civil. En el Frente de Madrid desarrolló su misión, marcada fundamentalmente por la acogida, la caridad y el amor a soldados de uno y otro bando. En el curso de su dedicación a esta misión, arrastrando todo tipo de peligros, encontró la muerte. Una muerte que él mismo preveía como posible, dado el modo en el que estaba ejerciendo ese ministerio. La causa ha sido iniciada por el Arzobispado Castrense y la Compañía de Jesús. Y, para repasar su figura, hoy en 'El Espejo' hemos invitado al padre Pascual Cebollada, S. J., postulador general de la Compañía de Jesús.

En 1936, el P. Huidobro, S. J., estaba iniciando su tesis en Filosofía en la Universidad de Friburgo con uno de los grandes filósofos del siglo XX, Martin Heidegger. Curiosamente, abandonó lo que podía haber sido una brillante carrera intelectual y pidió volver a España. "Se estaba preparando para ser profesor de Filosofía de los jesuitas en España. Cuando estalla la guerra, se ofrece a los superiores de la Compañía para atender a sus compatriotas. Había pensado en Santander, donde nació, o Madrid, donde había vivido con su familia. Pero ambas ciudades eran territorio republicano, así que es destinado como capellán a la Legión, a las tropas al mando del general Franco", explica el P. Cebollada, S. J.. "Su decisión nace de una gran generosidad de su parte, y llegar a una decisión así es admirable. Naturalmente, esta actitud no es improvisada. Yo conservo una carta del siervo de Dios Pedro Arrupe, con el que el P. Huidobro vivió un año, en la que elogia su buen carácter, su alegría, compañerismo y sencillez".

"Sus únicas armas eran su crucifijo y su palabra. Confesando, dando la Unción, el viático, consolando, animando a los combatientes de uno y otro bando... El riesgo permanente que afronta es estar en primera línea, atendiendo a unos y a otros. De hecho, muchos morían en sus brazos", señala el postulador general de los jesuitas. "Al principio, viendo a un curita delgaducho, con gafitas de ratón de biblioteca, los legionarios no esperaban mucho de él. Pero enseguida les convenció con sus actos, y le querían a rabiar. Su muerte fue un golpe bajo para los legionarios".

"El día a día debía de ser terrible, porque Huidobro corría de aquí para allá, sin que le pudiesen parar, auxiliando a los que caían. Entre otros capellanes militares ya se había hecho famoso e, incluso solo un año después de su muerte, en 1938, ya se había escrito un libro sobre él de más de 200 páginas", explica el P. Cebollada, S. J..

El padre Huidobro, S. J., estaba dispuesto a dar su vida por amor. "Fue herido en Talavera de la Reina, en una pierna, lo que le provocó una cojera muy molesta, y le ofrecieron quedarse como capellán en el hospital, un lugar tranquilo, pero él pidió volver al frente". 'Cojo era san Ignacio, y no fue capellán de monjas', dicen que argumentó para volver a la primera línea. "El P. Huidobro era muy consciente del peligro que corría. Un mes antes de encontrar la muerte, en una carta a su hermano, jesuita como él, le escribió 'y, si es la muerte, será por amor'. Es una frase preciosa. Es este amor el que le convierte en un ejemplo muy válido para hoy de reconciliación y concordia en España, y creemos que es el mejor modo de presentarlo ahora en nuestra sociedad", señala el P. Pascual Cebollada, S. J..