La vida fecunda de uno de nuestros misioneros esparcidos por el mundo

Le conocían como el “Padre Alabaré” por sus cantos, alegría y buen ánimo

La vida fecunda de uno de nuestros misioneros esparcidos por el mundo

Redacción Religión

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José Miguel Celma había nacido en Ares del Maestre, Castellón, era misionero claretiano y el próximo 3 de octubre habría cumplido los 75 años. Había regresado de la misión haceapenas un año. Desde 1992 sirvió como misionero, en la última etapa e en Hispanoamérica y antes en Indonesia. En este país asiático, en el que los católicos son una minoría joven y dinámica, a José Miguel le conocían como el “Padre Alabaré” por sus cantos, alegría y buen ánimo.

Él mismo contaba en sus cartas que “al Vía Lucis de todos los domingos de Pascua, con más de 1.500 jóvenes cantando y bailando su fe, venían grupos de musulmanes e hindúes a compartir con los católicos su alegría y su cercanía con Dios. Eran dos o más horas de alegría, danza, oración, reflexión, canto… Allá no era necesario hacer renacer la alegría, porque surgía continuamente, como si los cristianos la tuvieran a flor de piel, a pesar de las dificultades de ser una minoría”.

Después sus superiores le enviaron a América. Primero estuvo en Asunción de Paraguay. Después en la cordillera andina del norte de Argentina, en Humahuaca. Y en Santiago de Chile. En las grandes ciudades o en los campos siempre llevó consigo la alegría del Evangelio, esa que en nuestro mundo occidental, comentaba José Miguel, parece estar ausente del corazón de tanta gente.

No le faltaron dificultades en sus años de misión, dificultades que él mismo enumeraba con gracejo: “intentos de secuestro, buscado para matarme, infectado de malaria y dengue, peligro de muerte por cocodrilo, idiomas nuevos, comidas extrañísimas, incomprensiones de compañeros, larguísimos viajes, soledades, nuevas y nuevas inculturaciones”. Todo eso lo daba por bueno si servía para que la gente viviese su ser cristiano con plena alegría, porque realmente el Evangelio esla fuente de una alegría invencible. Y así lo ha vivido y testimoniado José Miguel Celma hasta el final de su vida en esta tierra.

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