‘La Esquina del Misterio’: la realidad tras la maldición de la tumba de Tutankamón

José María Zavala, periodista, escritor, director y académico del cine español, cuenta en Fin de Semana con Cristina lo que se esconde tras una leyenda negra muy famosa

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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José María Zavala, periodista, escritor, director y académico del cine español, vuelve a ‘La Esquina del Misterio’ para contar que “el arqueólogo y egiptólogo británico Howard Carter (1874-1939) jamás olvidó el descubrimiento de su vida: la tumba del faraón Tutankamón, el 26 de noviembre de 1922, en lo más profundo de las entrañas del Valle de los Reyes, frente a Luxor, en el alto Nilo. Cinco meses después de uno de los descubrimientos arqueológicos más sensacionales de los tiempos modernos, el mecenas de la expedición, Lord Carnarvon, falleció en el hotel Continental de El Cairo. Era la noche del 4 de abril de 1923. Mi amigo el doctor Roberto Pelta, un experto en venenos de todo tipo, corrobora hoy la verdadera causa de la misteriosa muerte: ‘Una erisipela provocada por la picadura de un mosquito, que desembocó en septicemia y neumonía’”.

“Aseguran incluso que durante la autopsia de la momia del faraón se localizó una herida justo en el mismo lugar donde el mosquito había picado al hombre que financió la expedición”, relata Zavala, que añade que “la cadena de muertes prosiguió en septiembre con la de su hermano Aubrey Herbert, que estuvo presente en el momento cumbre de la apertura de la cámara regia; a su regreso en Londres, falleció inesperadamente”.

“Lo mismo le sucedió en 1928 a Arthur Mace, egiptólogo del Metropolitan Museum of Art de Nueva York”, cuenta el experto, “el hombre que golpeó por última vez el muro para penetrar en la cámara real. Por si fuera poco, en 1934 falleció de un ictus Alb Lythgoe, otro de los que estaban presentes al abrirse el sepulcro del faraón. Por no hablar de Sir Douglas Reid, que después de radiografiar la momia enfermó y regresó a Suiza donde murió al cabo de dos meses”.

Las hipótesis para explicar las extrañas muertes se multiplicaron: “Desde la más sencilla, la maldición del faraón, hasta las más sofisticadas, según las cuales todas y cada una de las víctimas habían sido infectadas con esporas del moho Aspergillus fumigatus, colocadas en vasijas, a modo de armas biológicas contra los profanadores de tumbas sagradas”, termina el cineasta.