Una de las grandes bazas, a veces la única con la que cuenta una persona que quiere suicidarse o que quiere morir es ciertamente el empeño social en dirección contraria. No solamente en forma coercitiva, que también, con las leyes y las disposiciones jurídicas sino expresada en el cariño y el empeño de los demás de hacerte la vida más fácil. Apoyarte y animarte cuando quieres tirar la toalla.
En este camino, la ley de eutanasia es un gravísimo paso atrás. El establecimiento de una afirmación colectiva de que la vida en ocasiones sencillamente no merece la pena.
Puede parecer claro si pensamos en una situación terminal pero no es así. ¿Cuántas personas han contado que justamente el haber tenido unas horas, unos días más, les ha permitido una conversación definitiva, una reflexión propia para dejar este mundo?
En España se acaba de aprobar la eutanasia y el suicidio asistido. Dos pasos excepcionales que solamente se contemplan en Holanda y en Bélgica. ¿Por qué? ¿Verdaderamente es esto necesario en un contexto como el nuestro donde la lucha por la vida en pleno coronavirus constituye una prioridad?
¿Quedará en la responsabilidad de algunos esta decisión tan burguesa y tan propia de un país desarrollado donde una persona tiene miedo a sufrir en el tramo final de su vida? Pero pensemos en que esta ley influye en todos los demás en los que a veces nos desalentamos.
Los que a veces, confusos, optamos por tirar la toalla. Los que muchas veces en plena juventud o sencillamente por un desfallecimiento crónico de la salud mental o por una falta de perspectivas nos sentimos solos, abandonados y necesitamos el apoyo social.