Cristina López Schlichting: "Los atentados del 11-M quedaron para siempre teñidos de política"

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¡¡¡Muy buenos días España!!! Es diez de marzo de 2024 y hace frío por toda España. Escuchamos el pronóstico de Jorge Olcina para la semana.

Hoy es un día puerta. Uno de esos fines de semana cuyo domingo se apoya informativamente en el lunes. Porque mañana, 11 de marzo, se cumplen 20 años de esto.

Era un día laborable y un país se desperezaba para acudir al trabajo o los estudios. Poco antes de las siete de la mañana, tres miembros de una célula yihadista, en una Renault Kangoo de color blanco robada días antes en Madrid, se acercaron hasta la estación de tren de Alcalá de Henares, aparcaron y se dirigieron a la estación de cercanías mezclándose con la multitud.

Eran parte de un grupo más amplio de terroristas que portaban trece mochilas cargadas de explosivos sincronizadas para explotar a la vez. Lo hicieron diez de ellas, entre las 7.37 y las 7.40. El caos y el pánico se apoderaron de Madrid, vagones reventados, cuerpos destrozados, servicios sanitarios y bomberos desbordados y taxistas que hicieron de ambulancias para llevar a los heridos a los hospitales. Los familiares buscaban desesperados a los suyos y en las estaciones muertos y vivos eran separados apresuradamente. Los ataúdes en fila ocupaban el andén y recogían a los que fueron trasladados a un pabellón del recinto ferial de IFEMA.

ETA estaba en la mente de todos y no podía ser de otro modo en una sociedad lacerada por décadas de terrorismo despiadado. Políticos y periodistas solo teníamos eso en mente cuando algunos expertos empezaron a apuntar que había cosa que no cuadraban con la forma de actuar de la banda.

El escenario histórico no pudo ser más sádico y delicado. Era el último día de campaña electoral y en tres días los españoles acudían a las urnas de unas elecciones muy reñidas.

Tras ocho años de mandato de José María Aznar, el candidato de la derecha, Mariano Rajoy, aspiraba a revalidar el gobierno del PP, pero las encuestas lo situaban muy poco por delante de José Luis Rodríguez Zapatero, del partido socialista. Súbitamente, la política se tiñó de sangre y la ideología del atentado adquirió una relevancia trágica. Si era ETA, ganaría el PP, si eran los islamistas, ganaría el PSOE, que había insistido en la oposición a la participación española en la guerra de Irak.

Y empezó algo típicamente español, tristemente español. Un cainismo que se extendió a los medios y los partidos, donde la sangre de los muertos se mezcló con las trifulcas políticas. A la vez, la generosidad española, su solidaridad sin fondo, se evidenció en las colas para donar sangre, en el servicio social de los voluntarios, en esa manera que tenemos de hacer nuestras las desgracias ajenas.

Zapatero ganó las elecciones, poco a poco se esclarecieron los hechos, los culpables fueron detenidos y quedó claro que lo de Atocha era el primer hito monstruoso de una serie de atentados que marcarían la historia de Europa: Londres, el parís de Bataclán, Bruselas, tantos puntos de Alemania, Barcelona.

Desgraciadamente, los atentados del 11M quedaron para siempre teñidos de política y, al fondo, las víctimas no siempre fueron lo primero. Lo recordaba esta mañana con Antonio Herráiz, Carmen Ladrón de Guevara, abogada de la Asociación de Víctimas del terrorismo, que llevó algunas de las causas.

Quizá por eso, por esa asignatura pendiente, duele tanto escuchar lo que ayer dijo en Bilbao el presidente del Gobierno.

¿De verdad busca Pedro Sánchez la conciliación que repite?

La respuesta no se ha hecho esperar y la han dado las víctimas precisamente. Maite Sánchez Araluce es la presidenta de la AVT y escribía en un tuit: “Hace falta ser miserable para utilizar el mayor atentado europeo, el dolor de tantas víctimas del terrorismo, con fines políticos. Nuestro presidente del Gobierno ha demostrado que las víctimas del terrorismo no le importamos nada. Asco y vergüenza”.

Ojalá levantemos alguna vez la mirada. Seamos capaces de conmemorar unidos a nuestros muertos, que son los de todos, votasen lo que votasen. Una nación que hace suyo el dolor del hermano, que piensa distinto, se hace fuerte. Si nos partimos hasta en el dolor ¿qué futuro de unidad podemos esperar?

Y Fin de Semana de manifestaciones. Empezaron el viernes, con las grandes concentraciones por el Día de la Mujer, continuaron ayer, con las de Madrid en contra de la amnistía y hoy hay dos más, una, también contra la amnistía, a las doce, en la Plaza de Sant Jaume, y la gran manifestación anual en defensa de la vida. Han sido días de frío y lluvia, en que los que acuden tienen doble mérito. Ayer fueron miles los que respondieron a la llamada de Rosa Díez y un centenar de asociaciones cívicas para condenar el perdón a los que protagonizaron el golpe de Estado en Cataluña.

Diego González salió a las calles y hablaba con un ciudadano francés que se había sumado a la movilización.

Y si hoy abrimos el programa desde las calles de Madrid es porque tiene lugar la gran fiesta anual en defensa de la vida humana. La marcha comienza en Serrano esquina Goya, a las doce de la mañana, y concluirá en Cibeles.

Este año la reivindicación del calor de las personas, desde su nacimiento hasta su muerte, tiene especial significación después de que Francia, que vive una profunda crisis política, haya decidido hacerse la moderna incorporando nada menos que a su Constitución el aborto. Llama la atención que el apoyo parlamentario ha sido abrumador, casi sin fisuras desde la ultraderecha a la ultraizquierda. El no nacido no interesa ni da réditos políticos.

La Europa vieja, incapaz de reproducirse y garantizar el relevo generacional, vindica una y otra vez el aborto. Como si el mayor drama que puede vivir una mujer fuese un motivo de alegría y una causa de libertad. Nos hemos hecho expertos en determinar las causas por las que merece la pena morir. Enfermedades crónicas, depresiones, ancianidad son contempladas con desesperación.

No hay nada que decir a la madre abandonada o al enfermo. Con condescendencia les señalamos el quirófano o el cóctel letal. La nuestra es la cultura culturista de la sonrisa hueca de las redes sociales, en la que causa estupor el que lucha hasta el final por una vida digna o saca adelante con coraje un embarazo no deseado. El problema es que por el camino nos perdemos muchas bellezas. La existencia del discapacitado, del herido, del viejo está llena de tesoros y sorpresas en los que la mentalidad dominante no repara, presa del pánico al sufrimiento. Pobre Europa débil.

Preguntémonos qué pasa en los hogares donde la vida es acogida a pesar de sus limitaciones, inevitables para todos. Para todos.

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Con Carlos Herrera

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