Cristina L. Schlichting: "Bolinaga era tan malo que se determinó a dejar morir de hambre a Ortega Lara"

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¡Muy buenos días, España! Bienvenido a tu programa de Fin de Semana. Es 2 de julio, hemos estrenado mes, empiezan oficialmente los veraneos de muchos afortunados y se van a producir este finde cuatro millones y medio de desplazamientos. Muchísimo cuidado.

Ascienden las temperaturas, que en el suroeste superarán los 35 grados. Hay alguna lluvia, sin embargo, por el norte y en el interior peninsular. Jorge Olcina nos dará los detalles del tiempo a las once de la mañana en esta operación salida. Hay huelga de tripulantes de cabina de Ryanair e easyJet, que ha dejado en tierra algunos vuelos. Sólo entre ayer y el lunes AENA prevé operar en España 24,600 vuelos. Las familias echan el resto, a pesar de la crisis. Ha salido el dato de inflación europea y nos hemos disparado al máximo histórico de 8,6. España, muy mal. La novena inflación más alta de los 19 países de la UE. No sólo superamos los datos de Francia, Italia o Alemania, es que estamos por encima de la media de la eurozona. Pese a ello, las familias han decidido tirar la casa por la ventana, veranear y luego, en otoño, ya veremos.

La ministra de Sanidad, Carolina Darias, vuelve a recomendar el uso de mascarilla. No es obligatoria, pero la incidencia por encima de los 60 años, que es la única que se contabiliza ahora, supera los 900 puntos. Se imponen las variantes BA4 y BA5, más contagiosas que ómicron, pero menos virulentas.

Estamos recordando otro verano, de hace 25 años, un verano crucial en el que la detención en julio del etarra Daniel Derguy llevó a la guardia civil hasta una nota en la que ponía BOL, B-O-L. Era una sílaba extraña, que a nosotros no nos hubiese dicho gran cosa, pero que a los agentes les recordó lo que había escrito en una libreta Juan Luis Aguirre Lete, jefe del aparato logístico de la banda terrorista, detenido ocho meses antes. En el cuaderno ponía BOL también. Los agentes del servicio de información del cuartel de Intxaurrondo estaban convencidos de que se trataba de una pista sobre el secuestro de Ortega Lara, pero no daban con la clave. El funcionario de prisiones llevaba secuestrado más de 500 días y nadie sabía nada. Era una situación angustiosa. ¿Era BOL la abreviatura del nombre de un etarra? ¿Era una matrícula? ¿La referencia a una localidad? Era para volverse locos. Se repasaron investigaciones pasadas, interrogatorios, miles de páginas de documentación. Debajo de la tierra, Ortega Lara estaba en un agujero húmedo, defecando en un cubo, sin apenas moverse, al borde de la extenuación.

Con una voluntad que luego se ha hecho histórica, José Antonio mantuvo todos los días la disciplina de la higiene que podía y de intentar andar, una y otra vez, por los escasos metros de aquel inmundo agujero. Tenía dos metros cuarenta de ancho y tres de largo. Apenas su estatura de alto. Por las fechas de verano que estamos repasando, ya no podñia más. El hombre hizo un intento de cortarse las venas con el metal, previamente lijado, de sus auriculares y se desmayó por la pérdida de sangre. Con una entereza que unca podremos imaginarnos, se despertó, limpió la sangre y decidido seguir adelante. Les dijo a sus carceleros que había sangrado por la nariz.

De repente, alguien cayó en un nombre, el de una simpatizante de ETA. No era un pistolero fichado, pero el nombre coincidía: “Josu Uribetxeberría Bolinaga”. Simpatizante de la izquierda abertzale en Mondragón, como cientos. ¿Bolinaga podría ser BOL? La guardia civil había elaborado un perfil del secuestrador: veterano, con actividad legal, de vida discreta. Empezaron a controlar todos sus movimientos.

Bolinaga compraba en el pueblo y se comprobó que adquiría más comida de la que podía consumir. Además, visitaba una nave industrial del pueblo, junto al río, un recinto como los usados en otros casos para secuestrar. De vez en cuando, dormía en ese lugar. Cuando la guardia civil decidió entrar en la nave, Bolinaga se negó a hablar. Era tan malo que se determinó a dejar morir de hambre a Ortega Lara. Máquinas pesadas ocultaban el agujero donde habían metido al funcionario y, tras los registros, los agentes estuvieron a punto de abandonar. Allí no había nada. Por fin, se logró desplazar uno de los artilugios y apareció la entrada del zulo. Debajo, escuálido y sucio, completamente deteriorado ya, Jose Antonio pensó que venían a matarlo. Ni se imaginaba que lo que entraba en su agujero era un guardia civil.

La noticia de su liberación nos llenó de alegría y asombro y hundió a la ETA. Para José Antonio empezó un camino largo. En la ambulancia miraba y miraba por el cristal lateral. No dejaba de asombrarse de la luz, después de meses de densa oscuridad y una simple bombilla. Cuando su mujer lo abrazó no dijo nada. No podía ni reaccionar. Cuando llegó a casa pensó en retirarse con ella a un monasterio, para recuperar la calma. Había perdido 23 kilos y apenas le quedaban 50. Aún hoy tiene que dormir con algo de luz en la habitación, porque no soporta la oscuridad. Ayer declaraba que la vida es un regalo y que, 25 años después, aún sigue agradeciéndola.

Conviene recordar estas cosas. Contárselas a nuestros hijos. Recordar. Tanta rabia sintieron los criminales, que cogieron a un joven concejal vasco, lo secuestraron y anunciaron de antemano que lo matarían si no se liberaban los presos de ETA. Durante 48 horas, apenas una semana de la liberación de Ortega Lara, torturaron psicológicamente a Miguel Ángel Blanco y a toda España y, finalmente, lo mataron de dos tiros, como un perro. El próximo Fin de Semana este programa se hará en Ermua, para repasar contigo esta parte tremenda de nuestra historia y acompañar al Rey, que se desplaza a la tierra de Miguel Ángel.

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Cristina L. Schlichting: Bolinaga era tan malo que se determinó a dejar morir de hambre a Ortega Lara

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