Schlichting: "Después de la tortilla, venía el 'Un, Dos, Tres'. Un universo mágico se abría ante nosotros"

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Hubo un tiempo en que los niños nos apurábamos a hacer los deberes los viernes porque, después de la tortilla francesa, venía el “Un, Dos, TresUn universo mágico se abría entonces ante nosotros, reunidos en familia, padres, hijos y abuelos ante aquellas pantallas, primero en blanco y negro, después en color. Lo mismo salían unas islas caribeñas, de las que saltaban hermosas piratesas; que un escenario de las mil y una noches, con sus odaliscas; o el oeste americano con sus vaqueras. Nunca se sabía qué se habría inventado el gran Chicho Ibáñez Serrador, nacido en Uruguay de padre director teatral y madre actriz, y que con ocho años habían doblado para Disney al conejo Tambor, de la película Bambi. que traía a España la sabiduría televisiva de América, cuando aquí todavía los vecinos se reunían y traían sillas de sus respectivas casas para ver la tele en casa de los que tenían “aparato”. Veinte millones de personas en una España de 38 millones de habitantes seguían en el tele única el mágico espectáculo creado por Narciso Ibáñez Serrador, que ha muerto ayer a los 83 años, por una complicación renal, después de años de padecer una enfermedad neurodegenerativa que lo mantuvo en silla de ruedas.

Aquellas sesiones no llevaban los famosos dos rombos de calificación pedagógica, que nos mandaban sin piedad a la cama cuando las cosas “no eran para niños”. Sin escamotar recursos de la época, Un Dos Tres fue el concurso por excelencia de la televisión, con una sabia combinación de preguntas más o menos culturales planteadas a tres parejas que, una vez habían rivalizado, se reducían a una que emprendía un emocionante periplo de trampas y aventuras para lograr un premio im-presionante. Y digo impresionante, con palabras de Jesulín, porque estábamos en la época del desarrollismo, con los sillones de escay con tapete de ganchillo, el pluriempleo de los padres y los platos de duralex y los tupperware de nuestras madres, y ganar un coche, un apartamento o un viaje a Canarias o a París era, para que los jóvenes de hoy se hagan una idea, como si te regalasen una vuelta al mundo de un año de duración o un Ferrari. Los premios nos dejaban boquiabiertos, qué barbaridad.

Claro, que no todos podían ver el concurso entero. Había padres inflexibles, que encontraban instructivas las preguntas iniciales (por tantas mil pesetas, diga usted nombres de utensilios de cocina o, en la fase más difícil, capitales de Asia) pero que no permitían el paso a la segunda parte, donde las señoritas, las famosas azafatas, salían en ocasiones enseñando demasiado muslo, cuando las ideas de Chicho incluían bañadores, o trajes de domadora o vaya usted a saber, que hay que ver cómo están los tiempos y qué desvergüenza los artistas.

El programa hizo tanta mella que los niños jugábamos al “Un Dos Tres” en el patio del colegio y decíamos aquello de “Un dos tres, responda otra vez” o “hasta aquí puedo leer”, que tan arteramente administraban Kiko Ledgar o Mayra Gómez Kemp, los estelares presentadores. Conocimos a la calabaza Ruperta, la simpática anunciadora de la mala suerte, Don Cicuta y los Tacañones o las hermanas Hurtado, que hacían de sabios malos, Bigote Arrocet y tantos cómicos, Juan Tamariz con sus trucos de magia y decenas de azafatas que después poblaron con su talento las películas españolas. Desde Victoria Abril a Miriam Díaz Aroca, pasando por Silvia Marsó, Lydia Bosch o Kim. Mi hermana Patricia, que estudiaba arte dramático, hizo las presentaciones en la sexta temporada, convirtiéndose en la envidia de las vecinas y en mi ídolo personal. ¡Azafata del Un Dos Tres, vaya, vaya, menudo talento!

Chicho Ibáñez ya había demostrado el suyo con las “Historias para no dormir”, películas cortas de terror que no nos dejaban ver, porque tenían dos rombos muchas veces y daban miedo. Había sido actor y adaptó guiones para Estudio Tres y rodó películas grandes, como La Residencia o “¿Quién puede matar a un niño?” . Años después dirigió “Waku, waku”, “Hablemos de Sexo”, con la dictora Ochoa o El Semáforo. No merecela pena enumerar los premios de Chicho Ibáñez Serrador, porque los tenía todos, desde la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes hasta el premio Nacional de Tv, pasando por el Goya de Honor.

A Chicho, en fin, se le debe haber inaugurado la televisión española como espectáculo pero, sobre todo, haber poblado la vida de muchas generaciones de ilusión, entretenimiento y buen humor gracias a un talento excepcional. Ayer fallecía y Miriam Díaz Aroca, gran amiga, lo despedía con una gran abrazo.

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