Schlichting: “Una madre puede equivocarse, pero siempre comprende, siempre perdona y siempre, siempre espera”

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¡Muy buenos días, España! 1 de mayo, Día de los Trabajadores y Día de la Madre.

Todo en mitad de un puente para siete de las autonomías, que han ampliado al lunes una libranza que ha puesto en las carreteras a cinco millones de conductores.

Este domingo en que estrenamos el mes de mayo suben las temperaturas, excepto en el tercio norte de la Península, donde habrá posibles chubascos, quizá intensos en el norte de Cataluña. Hace buen tiempo, en muchos lugares un sol espléndido, y hay que aprovechar una jornada que es un pórtico a las lluvias que nos llegan mañana, como nos advertía Jorge Olcina.

EL REAL MADRID CAMPEÓN DE LIGA

Y hoy es el día de la Gran Victoria de tantos aficionados que, en el mundo entero, siguen al Real Madrid. Entre ellos, nuestra Marci Ortega, que está exultante. ¡Felicidades!. A cuatro jornadas del final de la Liga, el Real Madrid se alzó con su trigésimo quinto título en un cómodo partido ante el Español, ganando cuatro a cero. Así lo narraba Manolo Lama en 'Tiempo de Juego'.

Así narramos todos los goles de la Liga del Real Madrid

Hacía quince años que los blancos no celebraban un campeonato de liga en el Bernabéu y dos protagonistas acaparan hoy todos los elogios. El entrenador Ancelotti, que se ha convertido en el primero en ganar las cinco grandes ligas europeas (italiana, alemana, inglesa, francesa y española) y el jugador Karim Benzema, el más regular de toda la Liga.

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Manolo Lama da las claves de la Liga del Madrid: Ancelotti, el verdadero artífice junto a Benzema y Vinicius

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DÍA DE LA MADRE: 'FELICIDADES, MAMÁ!

Pero, pero, que las conversaciones futbolísticas no os hagan olvidar lo principal. Hoy es el día para felicitar a las mamás y abrazarlas y achucharlas y poner una vela o una flor ante la foto de las que ya están arriba, esperándonos. Porque si hay algo que hace una madre es esperar.

En las grandes hambrunas del cuerno de África, cuando un sol desgarrador quebraba la tierra y multiplicaba las grietas secas, cuando el agua desaparecía literalmente, porque ha habido años sin una gota, los pueblos languidecían y las personas emigraban, agotadas de sed, para llegar a las escasas fuentes que en ocasiones manaban en los oasis, a cientos de kilómetros de casa. En esas momentos, en que las organizaciones internacionales llevaban bidones de agua potable y arrojaban envases desde los aviones, es frecuente encontrar muertos por las carreteras. Pequeños cuerpos resecos de niños de vientre abultado, recostados en las cunetas, y cuerpos de hombres y mujeres abandonados allí donde nadie podía ayudarlos ya. En esa circunstancia, cuando misioneros y voluntarios, sobrepasados por el trabajo y la urgencia, llegaban a una aldea, se repetía un cuadro sobrecogedor. En una cama sucia, de una mujer que ya no pudo levantarse para cambiar la ropa, yacía un cuerpo extenuado, enflaquecido, de pechos largos y vacíos, quieto y muerto. Y al extremo de los pezones, con los labios en torno a la areola un bebé delgado, pero, muchas veces vivo. Un infante de puños apretados y deliberada furia de vivir, que más que chupar, mordía los pechos extenuados de la que ya se había marchado. Cuando los rescatadores intentaban separar al crío de la madre, comprobaban con asombro que una gota de leche rezumaba aún de las mamas de una madre que llevaba muerta horas o días. ¿Cómo es posible? ¿Cómo un cuerpo puede concentrar toda su energía final en extraer la última gota de fluido vital para asegurar unas horas de vida a un recién nacido? Pues ocurre. En lo profundo del alma de una madre hay una deliberada voluntad de sacar adelante a su niño. Un impulso físico que desafía la única frontera insalvable, la de la muerte.

Cuando una madre pare y ve el rostro de su hijo o de su hija salirle entre las piernas, cuando comprueba que otra personita ha entrado en el mundo y nota ese calor y ese dulce peso, comprueba también estupefacta que le ha nacido una determinación que antes no tenía: la de anteponer a su vida la del recién nacido. La de interponerse, a riesgo de morir, ante cualquiera que quiera dañarlo. La de defenderlo hasta matar, si es preciso.

La madre es la versión adulta del útero cálido y protector. Es el pecho que da alimento, pero sobretodo seguridad al bebé. Es la primera papilla tibia. Es el paso firme frente al tambaleante que patalea para intentar abrirse paso tenazmente. Porque desde que nace, la nueva persona lucha por separase de ella, y la madre permanece detrás, paciente y serena, mirando lo que hay más allá. Velando para el que paso no sea fallido.

Mamá es lo que grita el niño que se cae sobre las rodillas. Y mamá es la que entra en el silencio de la noche para comprobar que la fiebre te ha bajado y ponerte entre los labios la medicina que te ha de curar. Madre es el nicho de la confidencia, el espacio que consuela frente a la pena. El abrazo al que siempre puedes volver, porque da igual lo que hagas, la barbaridad que hayas cometido, que ella siempre será tu madre.

Dichosos los pechos que te amamantaron, pero dichoso tú, sobre todo, que mamaste calor y seguridad y amor y tranquilidad y confianza en ti mismo.

Somos madre siempre. Cuántos soldados fatalmente heridos balbucean esa palabra al morir, mamá. Hombre curtidos en la batalla, familiarizados con el horror, que saben que el final de sus vidas partirá para siempre el corazón que los espera en casa, pendiente del correo y la noticia fatal, en un sinvivir de guerra que a una madre le resulta incomprensible.

La madre puede equivocarse, falla, se irrita cuando el hijo se solivianta, coge la zapatilla para corregirlo. A veces es injusta o torpe. Pero siempre lo lamenta en los recovecos de su corazón. Siempre comprende. Siempre perdona. Siempre, siempre espera.

En este camino azaroso de la vida, cuando las cosa se hacen cuesta arriba, inexplicablemente albergamos esperanza. La idea de que las cosas deben remontar. Estoy segura que es un eco del abrazo inicial. Una fuerza que se prolonga casi cien años y que una gota de leche que sale de las venas de la madre y nos llega a los labios como un mensaje de vida y de fuerza.

Gracias a las madres. Gracias, mamá. Gracias de corazón.

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Schlichting: “Una madre puede equivocarse, pero siempre comprende, siempre perdona y siempre, siempre espera”

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