Los locos siempre han sido vistos como médiums
Uno de nuestros expertos en ciencia nos explica por qué el hombre tiene una necesidad vital de 'más allá' y su naturaleza busca trascender
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¿De dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos dando vueltas en esta pequeña bola azul en medio de un espacio infinito que no conocemos rodeados de millones y millones de estrellas y de planetas? Son preguntas inquietantes que siempre se ha hecho el hombre y que abordamos en 'La esquina del misterio', una sección cada vez más popular con Javier Sierra, escritor, Jorge Alcalde, periodista y divulgador, y José Miguel Gaona, psiquiatra forense.
En esta ocasión nos ayudan a entender las razones profundas de esta búsqueda de espiritualidad del hombre, y lo hacemos con José Miguel Gaona, quien explica que, “sin lugar a dudas, esa búsqueda es algo profundamente anclado en el ser humano, justamente esta hace poco tiempo han aparecido una serie de pinturas rupestres de 47.000 o 50.000 años en Oriente Medio y ya tenían referencias de tipo espiritual. El ser humano y la espiritualidad van cogidos de la mano, y es algo que nos caracteriza de otro tipo de seres vivos. ¿Por qué esa espiritualidad? Quizás es ese nexo entre nosotros y ese otro más allá, ese mirar hacia las estrellas”.
“Hace tiempo me encontraba con Iker Jimenez”, relata Gaona, “yendo por el norte en las Cuevas de Santander, y de repente, antes de entrar en ellas, con el cielo lleno de estrellas, Iker y yo nos miramos y nos dijimos 'lo entiendes, ¿verdad?', nos leímos la mente mutuamente, era imposible no sentirse ligado de alguna manera con ese más allá”.
Llegados a este punto, nuestro experto pregunta “¿por qué ocurre esto en nuestro cerebro? ¿Cómo es posible que este tipo de sensaciones tengan lugar en un momento determinado?”, a lo que responde explicando que “hay una serie de estructuras cerebrales particularmente el lóbulo temporal derecho, que algunos autores han calificado de 'la antena de Dios', que tiene que ver con esa sensación de trascendencia, de trascender, de que no estamos ligados de una manera tan intensa a nuestro cuerpo. Sensaciones que facilitan las experiencias extracorpóreas o de presencias, que pueden ser interpretadas como una cuestión de índole religiosa. Y ahí hay un gran quid: aquellas personas, por ejemplo, que han tenido o tienen epilepsia, que muchas veces se encuentra en esos mismos lóbulos temporales y, de toda la vida, los que la han sufrido tenían experiencias, auras, sensaciones y visiones y han sido muchas veces considerados los chamanes de una sociedad. Lo que le sucede al cerebro es que desintoniza, es una neurodiversidad, es un cerebro continuamente creando una realidad y se altera, como una radio que, de repente, sintoniza otra frecuencia. Llega a ver, sentir y construir una realidad paralela que es muy interesante porque es distinta a los que se encuentran en el entorno.
Por ello, explica Gaona, hay cuestiones que nos podemos preguntar: “¿Realmente el mundo se divide entre ateos y creyentes por un tema de neurodiversidad? Por supuesto que influyen muchas cosas, pero sí que hay áreas del cerebro predispuestas a tener este tipo de experiencias, algo que es muy importante. Si esta pulsión no se orienta adecuadamente, y es milenario que las religiones son el cauce adecuado, acabamos en sectas, creencias y que muchas personas no creen en una religión determinada pero son fanáticas del tarot o del horóscopo, ¿por qué? Por esa necesidad de espiritualidad, algo intrínseco al ser humano”.
“Si os fijáis”, asegura el experto, “y vais a las sagradas escrituras de diversas religiones como el budismo, el islamismo o el cristianismo, observaréis que Jesucristo o Moisés, de repente, tienen revelaciones en las montañas, en las cuevas, en el desierto, porque en ese aislamiento sensorial es mucho más fácil ligar con ese otro tipo de vivencias que pudiera trascender hacia el más allá, por eso todos los monjes y monjitas de clausura que, en un momento dado, se encuentran activos en el procesamiento de su religión, tienen esas vivencias religiosas de forma mucho más intensa que el devenir agitado de nuestra vida diaria, que no lo permite y es una pena”.