‘Crónicas perplejas’: “En el barrio aprendí que lo de uno siempre es mejor”

Nos trae Antonio Agredano las historias de barrio, aquellos recuerdos de juegos de infancia en las calles y de familias unidas

Antonio Agredano

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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente.

Lo de ser de barrio es como ser de pueblo, imprime carácter y personalidad. Nacer y criarse en un barrio es más que un aprendizaje, es la vida en estado puro.

Así nos lo cuenta Agredano:

“En el barrio aprendí que es mucho más provechoso parecer inteligente que ser inteligente. Aprendí que salir corriendo no era de cobardes, sino de pragmáticos. Aprendí que todas las madres eran más feas que mi madre y aprendí que todos los niños pensaban lo mismo: Que lo de uno siempre es mejor. Que la belleza no está en los ojos sino en el corazón. Me crie en un barrio de Córdoba. Se llama Parque Figueroa. Era una isla en mitad de un mar de jaramagos, casas portátiles y misterios. El campo de albero estaba esquinado. Allí nos juntábamos a decenas para patear la pelota. Si el balón salía despedido costaba encontrarlo. Un cementerio de Mikasas. Las rodillas siempre desolladas, los chándales siempre con remiendos, el pecho siempre agitado. Los barrios cambian, y nosotros cambiamos con ellos. Paseo por allí a veces y ya sólo recuerdo el esqueleto de mi niñez. Amigos con rostro, pero sin nombre. Tiendas que cerraron hace mucho. Un paisaje de persianas echadas. Carteles de ‘Se Vende’. Familias que vinieron a ocupar los espacios de las familias que nos fuimos. Tragedias tras las ventanas. Amores en los portales. Los bares siempre llenos. Las carterillas de los viejos con sus monedas cobrizas. El olor del fino en los barriles. Las viudas aliviando el luto. El barrio es una patria sin bandera.

En todas las pandillas había uno al que llamaban el negro y otro al que llamaban el chino. En todos los barrios había bares que nuestros padres evitaban. En todos los barrios había uno que hablaba solo y otro que pedía tabaco. En todos los barrios perseguían los niños a los gatos, se robaban las estampas, gritaban hasta tarde. Muchas personas ya no saben cómo son ahora los barrios. Las urbanizaciones, tan limpias, tan cómodas, tan lejos de todo, sustituyeron con piscinas el indescifrable bullir del cemento. Los barrios están en peligro de extinción, como los muerdos y los altramuces. En mi barrio los pisos no tenían ascensor. Las señoras nos daban un duro si les subíamos las bolsas a casa. Luego nos comprábamos chucherías en un puestecillo con ruedas despachado por un señor que nos odiaba. En verano las verbenas y en invierno las calles desiertas, la lluvia tamborileando contra los coches aparcados. Mi barrio es un rabioso mordisco de nostalgia. Los barrios, al fin y al cabo, guardan el tesoro de nuestras infancias”

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