'Crónicas perplejas': "Los niños, al nacer, traen un enorme signo de interrogación, no pan debajo del brazo"

Habla Antonio Agredano de la educación, de la responsabilidad y lo difícil que es educar a los hijos

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Tener hijos es dudar de todo. Los niños, al nacer, no traen un pan debajo del brazo, sino un enorme signo de interrogación. “¿Lo estaré haciendo bien?”, me pregunto a mí mismo todo el rato. Porque educar es tomar decisiones. Implicarse. Enfadarse, a veces. Y tener un plan. Todo para que los niños crezcan seguros de sí mismos, con valores firmes y con curiosidad por la vida.

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Y es algo más complejo que dejarles o no comer chucherías en el cumpleaños de un amigo o permitirles media hora más de Play los fines de semana. Es asumir que una parte importante de su futuro la debemos amasar con nuestras manos. Cuando mi primer hijo nació, me dejaron en la habitación del hospital con él y lo primero que pensé fue: “¿Dónde están las instrucciones de este bebé?”. Todo intuición. Todo preguntas. Y todo entusiasmo. Porque educar también es un estado de ánimo. Una intención y un interés por cambiar las cosas. Compartir las alegrías, aliviar las penas, encontrar equilibrio entre la rectitud y el júbilo.

“Un hijo es como tener algo siempre al fuego”, escribió el guionista Xacobe Casas. Así me siento a diario. Y pienso mucho en mis padres. Y pienso en el adolescente insoportable que yo era. Y en aquel crío lacio, pero contestón, que siempre salía enfadado del colegio. Y en el bebé tragón y dormilón del que siempre habla mi padre. En todos aquellos niños que fui. En la zapatilla voladora de mi madre y en su terrorífico: “Tráemela”. O en las lentejas que me guardaban para la cena porque al mediodía me las había dejado casi enteras. Poco a poco, uno aprende. Y deja de ser un astronauta infantil, y va pisando tierra firme, y va entendiendo cómo funciona la vida.

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Las cosas han cambiado en la forma, pero no en el fondo. Queremos lo mejor para nuestros hijos y hacemos todo lo que está en nuestras manos para conseguirlo. Aunque titubeemos. Aunque sintamos culpa, pese a lo mal que se han portado, por haberlos dejado sin helado. Porque estamos preocupados, dudamos. Porque amamos sin mesura, dudamos. Porque el camino no es sencillo, dudamos. Educar es confiar. Educar es, precisamente, combatir la incertidumbre.

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