'Crónicas perplejas': “Por qué negar la escapada aunque sea a través de un mando y una pantalla que destella”

Habla Antonio Agredano de los videojuegos

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

“Déjame una vida” le decíamos a los niños que habían echado cinco duros a la maquinita. Por entonces, no existía la palabra arcade. Obviamente, no había euros. Casi nadie tenía una consola de videojuegos en casa. Simplemente, cada bar del barrio, tenía su maquinita. En el Central tenían el Toki. En el Bar del Cine tenían una de las Tortugas Ninja. Y en la cafetería Bernier pusieron el Street Fighter.

Mi primer amor se llamaba Chun Li. Juro que soñaba con ella. Con sus volteretas y con sus patadas de fuego azul. Chun Li. Merecían la pena esas veinticinco pesetas sólo para verla apalizar a Guile, a Blanka y, si la cosa se daba bien, a Vega.

Luego llego el Amstrad, la Nintendo, la Master System, y los juegos se hicieron domésticos. Ya no había niños desconocidos asomados a la pantalla. Sólo algún amigo que venía a pasar la tarde para jugar a dobles al Pang o al Contra.

Yo sé que están mal vistos los videojuegos. Porque emboban, como me decía mi madre. Pero al final, todo se trata de jugar. De salir de la rutina. También los niños tienen las suyas. Los madrugones, el colegio, las extraescolares. Sentarse bien a la mesa, comportarse en clase, hacer sus deberes. Todos necesitamos evadirnos un rato. Con mesura, como todo. Pero por qué negar la escapada aunque sea a través de un mando y una pantalla que destella.

Es sólo un juego. Y eso somos. Una mezcla entre responsabilidad y júbilo. Entre hacer cosas porque debemos hacerlas y hacer cosas porque nos apetece hacerlas. Es algo lúdico. Es algo normal. Llevar a tu héroe hasta el final de la pantalla. Vencer al monstruo. Volver a la realidad. Y pensar, cada noche, en una aventura nueva.

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