'Crónicas perplejas': "No amamos las cosas, sino aquellos días que dejamos definitivamente atrás"

Habla Antonio Agredano de aquellas cosas que no son como las de antes 

Antonio Agredano

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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'

Lo he contado alguna vez, pero ahí voy de nuevo: yo estrellé el Seat Málaga de mis padres en La Ribera de Córdoba. Contra un camioncito de esos que transportan palés. De frente. El morro del coche se quedó como un acordeón. Recuerdo el sonido de la chapa plegándose sobre sí misma. Y los gritos en la calle. La grúa lo llevó al taller donde trabajaba mi tío Sebastián, que era chapista. Y a los dos o tres meses, me lo devolvió como recién salido del concesionario. Me pareció un milagro. Yo había visto el coche como un cadáver de chatarra, aceites y cables. Pero, de repente, ahí estaba de nuevo. Blanco, el motor rugiendo, recién pintado. 

No sé si hacen ahora coches como los de antes. “Ahora todo es plástico”, dice mi tío. “Cuanta más electrónica, menos coche”, insiste. Y lo dice con desdén, sabiéndose de otra época, dando por muerto un tiempo, un material, una forma de hacer las cosas. Me acordé de él con la historia del Mercedes saliendo del garaje en Valencia. Y de mi viejo Seat Málaga. Y de unos años que ya no volverán. Porque también hay algo de nostalgia en los objetos. En el paso de los días. En la memoria.

Creo que todos nos quedamos presos en una época pasada. Por afecto o por pura melancolía. Yo me quedé en casa de mi abuela, con la tele grande, de madera, Telephunken, sin mandos ni historias. El ventilador Taurus. Mi Amstrad con pantalla verde. La Werlisa que me regalaron en la Comunión. El teléfono modelo góndola.

No sé si las cosas eran mejores o es que nosotros las queríamos más. Me pregunto si mis hijos hablarán de la Playstation o del coche de su madre de esta misma forma ingenua y sentimental. A lo mejor no son los objetos, sino nuestra capacidad para amar el tiempo pasado, el escenario donde transcurrió nuestra infancia y nuestra juventud. No amamos las cosas, sino aquellos días que dejamos definitivamente atrás.

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