'Crónicas perplejas': "Cuando repasamos nuestra clase de la infancia, vemos antes los apellidos que los rostros"
Habla Antonio Agredano de los apellidos
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Apellidándome Agredano, ya estoy bregado en estos temas. Nada más español, nada más nuestro, que una buena rima. Sonora, contundente y pública. Pero si Goya, Sorolla, Lejarreta y Meroño pudieron con esto, cómo no voy a poder yo.
Los apellidos son patrimonio de los colegios. Ya de mayores, por cierta educación, nos tratamos por el nombre de pila. Aunque reconozco que casi nunca me llaman Antonio. Mi familia me llama Antoñín y mis amigos Agre. No me gusta mi nombre. Siempre me quise llamar Sebastián o Julián, que son mis nombres favoritos. Aunque ni mis hijos se terminaron llamando así.
Cuando repasamos nuestra clase de la infancia, vemos antes los apellidos que los rostros. Mi mejor amigo, el Alcaide. Luego el Márquez, el Gómez, el Checa, el Laredo, el Oliva. Las niñas sí tenían nombre: Yoli, Vicky, Bea, Isa. Habitualmente acortado. Algo coqueto. Pero nosotros teníamos como esa gravedad. Ese interés ridículo por el mundo de los mayores.
Los niños quieren ser adultos y los adultos queremos volver a ser niños. La vida cambia, pero el apellido permanece. Siento vértigo a veces cuando vuelvo a mi barrio, en Córdoba, y me cruzo con alguno de mis antiguos compañeros de colegio. Noto el peso de los años y el laberinto que son las vidas. Los veo con sus hijos de la mano. Nos saludamos así con la mirada, con dejadez, y por dentro brota el recuerdo de aquellas aulas, de aquellas maestras, y eso de pasar lista cada mañana.
Agredano Bravo, Antonio. Presente. Alcaide Cid, Rafael. Presente. Y así hasta los treinta que estábamos allí sentados, en aquellos pupitres marrones, llenos de firmas y agujeritos hechos con el punzón, que a mitad de curso cambiaron por unos verdes. Presentes y aquí seguimos. Tirando con la vida. Mezclando nuestros apellidos con otros apellidos. Poniendo los nombres en los buzones. Viviendo esa vida que tanta prisa teníamos por vivir.