'Crónicas perplejas': “En los aeropuertos conviven los comienzos con los finales”
Habla Antonio Agredano de los aeropuertos y lo largas que se hacen las esperas antes de los viajes
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
Tengo alguna virtud y muchísimos defectos. Entre estos últimos, hay uno muy criticado por mi entorno: soy un mariangustias. Soy de ese tipo de gente, ya en peligro de extinción, que prefiere esperar a que los esperen.
De los que, si tienen que viajar, hacen la maleta dos días antes. De los que, si van al aeropuerto, lo hacen con mucha antelación. Una antelación inapropiada, incluso. Mi único argumento para tanta premura es el siguiente: "Por si acaso".
Los mariangustias somos así. Llegamos pronto a cualquier parte. Luego una vez allí nos damos cuenta de que no hubiera pasado nada por apurar un poco más. Que al final te obligas a pasar el tiempo muerto por allí, mirando cosas en las tiendas del aeropuerto que no vas a comprar jamás.
Una espera absurda. Aburrido y sentado en un banco incómodo, viendo pasar a gente pintoresca, hasta que, por fin, abren la puerta de embarque.
Pero luego llega el próximo viaje, y de nuevo cometeremos el mismo error. Las mismas urgencias, la misma aprensión y el mismo ritmo. No puedo evitarlo. Mariangustias nací y, desgraciadamente, mariangustias moriré.
Los aeropuertos, lo confieso, me ponen nervioso. Igual que las estaciones de tren me dan cierta paz, lo de volar lo llevo regular. Demasiada gente. Demasiado rápido todo. Quitarme el cinturón en los controles de seguridad.
Y luego lo de montarse en aquel bicho metálico y confiar en que todo saldrá bien. Al menos la gente ya no aplaude en los aterrizajes. Eso que nos hemos ahorrado.
Los aeropuertos están llenos de esperanzas, de ilusión, pero también de regresos. En los aeropuertos conviven los comienzos con los finales. Los aeropuertos son como una vida en pequeñito. Siempre hay un destino. Siempre hay un camino.
Y aunque las esperas sean largas, y muchas veces solitarias, al final, nuestro avión se elevará hacia ese lugar que algún día deseamos.
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