'Crónicas perplejas': “Convivir es, básicamente, aprender a soportar las particularidades de los demás"

Habla Antonio Agredano de los sonidos, de los ruidos que perturban nuestras vidas o nos las alegran

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Los sonidos y ruidos que alertan a Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas'

Antonio Agredano

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En esta sección de‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Hay gente que no se aguanta ni a sí misma. Convivir es, básicamente, aprender a soportar las particularidades de los demás. Porque todos tenemos nuestras cositas. Yo soy de los que golpean las cosas con el pie, como Tambor, aquel conejo con ansiedad que era amigo de Bambi.

El otro día en el tren, un chico no dejaba de sorberse los mocos. Tuve una novia que tamborileaba con las uñas en la mesa. Un compañero de trabajo que tuve era de los que le daban al botoncito ese de los bolígrafos sacando y metiendo la punta.

De todo, lo que menos aguanto es la gente que tiene activado el sonido de las teclas del móvil. Ese goteíto tan molesto como innecesario. Porque, ¿para qué sirve ese sonido? ¿Qué aporta? ¿Qué cambia? Es la intrascendencia convertida en fastidio.

Convivir es, básicamente, contenerse. Como cuando en un restaurante la tablet que le ponen a los niños para que se porten bien convierte mi almuerzo en un capítulo en directo de La Granja de Zenón.

Pero, por cada ruido que me molesta, hay diez que me alegran el día. La respiración profunda de mis hijos cuando duermen, un la menor en una guitarra recién afinada, el borboteo de un guiso al fuego, una lluvia veraniega golpeando los toldos, el último canto de los pájaros cuando anochece, el ruido de la llave cuando estás esperando a alguien con amor, la cuchara removiendo un colacao caliente, el descorche de una botella de vino, el silencio que precede al aterrizaje en un avión, el grito colectivo en la celebración de un gol en El Arcángel… con todos ellos componemos una melodía cotidiana. Una armónica sucesión de sonidos en un pentagrama al que llamaremos vida.

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