‘Crónicas perplejas’: “Detrás de cada persiana bajada de un bar se queda encerrada una parte de nosotros”

Habla Antonio Agredano de los bares, de la importancia que tienen en nuestras vidas y de la pena que cierren todos aquellos bares en los que dejé una parte de mi vida

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El cierre de los bares y esa parte de nuestra vida que se lleva: la reflexión de Antonio Agredano

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Somos los bares en los que fuimos felices. Detrás de cada persiana bajada se queda encerrada una parte de nosotros. Cuando paseo por Córdoba parece que lo hago a través de un cementerio, el de mi juventud. Veo todos aquellos sitios donde bebí y reí y amé cerrados ya para siempre, como tumbas de una edad que tampoco volverá. Y pienso en las camareras amables y en los pinchadiscos que me ponían a los Smiths y los porteros con su fría amabilidad y ese saludo apenas con los ojos desde el taburete junto a la puerta.

O aquellas tascas con camareros severos donde mis primeras cañas. Y los restaurantes con sus citas y esos amores que empezaban y las salas de conciertos donde, de alguna forma, elegimos ser lo que ahora somos. Reconozco que soy uno de esos viudos de bar, que se niegan a conocer bares nuevos, que prefieren llorar por lo que perdieron antes que abrir nuevas puertas, sentarse en nuevas barras y probar nuevos montaditos.

Es imposible despegarse de esa nostalgia, la de lo que fuimos, la de algunos amigos que perdimos, la de amores que siempre estarán ahí, en alguna parte del corazón, como una astilla. Los bares eran, de alguna forma, nuestra manera de estar en contacto con lo que fuimos. Como una ouija con la que invocar aquellos años que jamás van a volver. Somos así, las personas: carne melancólica. Vinos a deshoras. Tapas elegidas con el dedo de una vitrina. Chistes mil veces contados y mil veces reídos.

Prometo hacer el esfuerzo. Conquistar nuevos bares. Hacer amistades con nuevos dueños. Aprenderme las cartas de memoria. Que me vean entrar y sepan lo que voy a pedir. Pero me cuesta ese camino, porque me da pena que cierren todos aquellos bares en los que dejé una parte de mi vida. Tras la persiana, junto a las cajas de refrescos vacías y las botellas de Cacique apiladas, se amonta también la felicidad de los clientes fieles que siempre estuvimos allí.

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