'Crónicas perplejas': “Es difícil dejar de ser lo que somos, con nuestros desastres y nuestra ternura”
Habla Antonio Agredano de las red flags, esas banderas rojas que indican que una persona no te convenga para una relación
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
Una vez me preguntaron que era en lo primero que me fijaba de una chica. Contesté: “En su biblioteca”. A ver, mentira no es, pero verdad del todo tampoco. Son cosas que uno dice cuando es joven.
Los hombres no ligamos. Los hombres somos como los patitos amarillos que flotan en algunas barracas de feria. Esperando a que nos pesquen. Nuestro único mérito es mantener el ganchito hacia arriba y no movernos demasiado.
Ya. Ya sé que hay muchos hombres que me están escuchando y que piensan que no. Que ellos son reencarnaciones de Casanova. Seductores. Elegantes. Irrechazables. Que se cuidan, que coquetean, que son buenos conversadores. Fenomenal. Pero creértelo no es incompatible con ser un patito.
Tengo pocas banderas rojas y, si el vino es bueno, casi ninguna. No me gusta la pena. Bastante tristeza cargamos cada cual como para que una conversación gire en torno a ella. Admiro el entusiasmo y la alegría. La alegría no es bobalicona. A veces la alegría es sólo una mirada, una sonrisa que se escapa y que lo llena todo. Una forma de ver el mundo.
Una vez una chica, en una cita, me dijo: “Estás ganando muchos puntos”. Y me sentó mal. Le dije que yo no estaba concursando. Odio esa expresión. Odio sentirme juzgado, valorado, como un gimnasta que debe hacer un ejercicio impecable. Si te gusto bien y si no te gusto, bien también. Pero es difícil dejar de ser lo que somos, con nuestros desastres y nuestra ternura.
Para mí, basta con una cena ligera, un vino intenso, buscar un karaoke abierto, pasear bajo las luces de la ciudad. He sido muy feliz así. Sin banderas rojas, sin analizarlo todo, sólo dejándome llevar, agarrándome a la noche, conviviendo con nuestras imperfecciones. Decepcionando o sorprendiendo. Durmiendo solo o acompañado. Y sin dejar de ser consciente de que la vida es corta, pero que son los sentimientos y los placeres los que le otorgan una maravillosa amplitud.
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