‘Crónicas perplejas’: “Mi especialidad es convertir en revuelto lo que pretendía ser una tortilla"

Habla Antonio Agredano de las recetas de cocina y de sus fallidos intentos en los fogones

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‘Crónicas perplejas’: “Mi especialidad es convertir en revuelto lo que pretendía ser una tortilla"

Antonio Agredano

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Habla Antonio Agredano En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Soy un gran comensal, pero un mal cocinero. De las recetas sólo me interesa su último estadio, es decir, la colocación de los platos sobre la mesa dispuestos a saciar nuestra curiosidad y nuestra hambre, por ese orden. Siempre lo explico de la misma forma: si puedo disfrutar conduciendo un buen coche sin saber lo que es el cigüeñal, puedo disfrutar de un buen almuerzo sin saber qué es una emulsión.

Quise aprender a cocinar, porque mi padre hace muy buenos guisos, y me pegué a él. No sé si falló su didáctica o fue sólo una cuestión de propia incapacidad, pero cada vez que yo le preguntaba algo y me decía: “Eso te lo va pidiendo el guiso”. Yo miraba el burbujeo y decía: “Qué hago, papá, ¿hago ouija con las lentejas o cómo funciona esto?”.

Hice varios intentos. Todas las recetas me salían socarrat. Menos los arroces, que esos me quedaban con la textura de un arroz con leche, pero en saladito. Una cosa horrible. Si hubiera tenido que conquistar a alguna joven por el estómago, aún continuaría inmaculado a mis 42. Me especialicé entonces en dos platos que eran valor seguro: salchichas al vino sin salchichas y el solomillo al whisky sin solomillo. Y luego pedir unas pizzas. Siempre fui mejor bebensal que comensal, ante la falta de talento en la cocina, siempre se me dio bien comprar hielo en las gasolineras.

Mi amigo Adolfo se compró una Thermomix y la llamó María Auxiliadora. Me animó a que me comprara una, pero me negué, aunque ahora me arrepiento. Hace un año quise cambiar y me puse en serio con la cocina. Ponerme en serio es cocer pasta y echarle tomate por encima, cosa que me salió bastante bien. Y luego intenté hacer mi primer salmorejo. Si llega a venir Drácula a almorzar ese día me lo cargo. Después fui afinando y ahora hago uno digno. Y ahí me he quedado. En el salmorejo, por cuota cordobesa. No me quedaba otra.

Donde no llega mi arte, llegan los tuppers de mi padre. Yo no puedo ver MasterChef, me da ansiedad. Si mi esposa me pilla vaciando la lata de fabada en la olla me dice: “¿Todo bien, chef?”. Si veo cilantro en un supermercado, me cambio de pasillo. Que dios bendiga los boquerones en vinagre y la tapita de altramuces. Bienvenida sea a mi vida la pechuguita de pollo a la plancha. Mi especialidad es convertir en revuelto lo que pretendía ser una tortilla. Hay que quererme así. Tengo muchas virtudes, pero también algunos defectos. Y lo de la cocina, me temo, ya no tiene arreglo.

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