‘Crónicas perplejas’: “Mamá: lo que quiera que soy, siempre será, como mi amor, completamente tuyo”
Habla Antonio Agredano de las madres, de su madre
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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
Así nos lo cuenta Agredano:
Del collar de macarrones al portazo adolescente. De la vergüenza por sus bailes desatados en las bodas a sus labios en la frente para aliviarnos la fiebre. En las madres habitan todos los mundos. Mi único talento como hijo fue, duramente mucho tiempo, decepcionar a la mía. Abandonar mis dorados propósitos. Desperdiciar mi tiempo, mi ingenio y mi juventud. Beber de más, escribir de menos. No pensar. Enfadarme por cualquier cosa. Seguir siendo lo que siempre fui: la mitad. Mi madre no fue el puerto en el que amarré mi barco, mi madre fue la playa a la que llegué nadando tras el naufragio.
Pero también vale así, porque la vida es un mar agitado, impredecible muchas veces, pero las madres siempre están ahí, inmutables y luminosas como un faro. Ellas son el refugio cálido. La tierra. Su paciencia es más grande que sus abrazos. No hice las paces con mi madre hasta que no hice las paces conmigo mismo. Los hijos, muchas veces, somos como esas plantas que amarillean y parecen quebrarse, pero terminan sobreviviendo y alcanzan el verdor gracias, sobre todo, a los cuidados de quien nunca dejó de querernos. De quien nunca dejó de confiar en nuestra fuerza inconstante.
En el libro ‘Madres e hijos’, el escritor griego Theodor Kallifatides escribe: "Mi madre es mi patria. Cuando la pierda, perderé mi patria". Las pequeñas alegrías alivian las grandes tristezas. Cuánto saben las madres de eso. De esa matemática de los amores gigantes encerrados en los diminutos gestos.
En torno a las madres crece el hogar como un fuego invisible. Cuando ellas se van, la casa se derrumba. Construiremos otra, pero ya no será como aquella, en la que mamá nos recibía con un beso que siempre parecía el primer beso. Aquel que nos dieron suavemente en nuestro primer instante de luz.
Temo al camino, porque sé que alguna vez me sorprenderá la noche y al despertarme ya no estará ella. Y me dicen, quien ya lo ha vivido, que, llegado ese momento, los pasos se confunden con las sombras y el ánimo se rompe a menudo. Por eso, mamá, que sepas que aquí sigo: en la patria de tus besos. Anidando en tu voz, en tu olor y en tu genio. Lo que quiera que soy, siempre será, como mi amor, completamente tuyo.