'Crónicas perplejas': “Quiero una vida que se cocine como se cocinan los afectos: al fuego lento”

Habla Antonio Agredano de la airfryer

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Antonio Agredano y los beneficios de la airfryer en sus 'Crónicas perplejas'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas"

Desde un tiempo a esta parte, soy como el conejo blanco de Alicia. Con prisa a todas partes. Con el reloj en la mano. El ordenador en la mochila, los auriculares en las orejas, y trabajo, y recados y llamadas inesperadas.

Me compré la airfryer no por convicción, sino por necesidad. Quería algo con la siguiente lógica: meter comida, darle a un botón, comer caliente. Que no fuera una de esas lasañas de microondas. Que no fuera una de esas ensaladas con tenedor de plástico. Algo que se pareciera a la comida. Y vaya si el invento me ha servido estos meses.

Pero también pienso en lo que extraño el tiempo lento. La pausa. Picar la verdura, ver como se va retorciendo lentamente al fuego. Los olores. La radio puesta. Los botes de especias en la encimera.

Vivir a veces parece una renuncia. Vivir se ha convertido en una exigencia. Producir, crear, contestar, estar todo el rato para todo el mundo.

Tengo dudas sobre mí. Sobre la vida que proyecto a mis hijos. No quiero renunciar a mis aspiraciones, pero tampoco quiero que mis aspiraciones sepulten mi cotidianidad.

A veces hasta me siento incómodo cuando no hago nada. Como si tumbarme en el sofá fuera algo que no deberíamos permitirnos. Son tiempos raros. Son tiempos de consumo rápido. La airfryer, en el fondo, da la medida no de lo que tenemos, sino de lo que hemos perdido.

Mi padre sigue haciendo patatas guisadas en una cazuela de barro. Cuando voy a verlo a casa, me gusta observarlo en la cocina, con la lata de cerveza en una mano, con la cuchara de madera en la otra, llevándose las costillas a la boca para saber si la carne ya está en su punto.

Y envidio su tiempo lento y aspiro, algún día, a heredar su templanza. Porque yo quiero una vida que se cocine como se cocinan los afectos, es decir: al fuego lento.

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