'Crónicas perplejas': “Quizás son los objetos los que nos pierden a nosotros, nos sacan de sus vidas”
Habla Antonio Agredano de los objetos perdidos, de aquellas cosas que perdemos por el camino y de su significado
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
Quizá no somos nosotros los que perdemos objetos; quizá son los objetos los que nos pierden a nosotros. Nos sacan de sus vidas. Nos abandonan fuera de un taxi o saliendo del tren. Se cansan de nuestras manos y de nuestro afecto.
Quizá las cosas no son nuestras, quizá somos nosotros los que pertenecemos a las cosas. A esos fetiches inútiles que cargamos de mudanza en mudanza. Somos nosotros los que pertenecemos a esas fotos antiguas que pegamos en un álbum y enterramos en las estanterías del salón familiar. Somos nosotros los que pertenecemos a los libros que nos regalaron y nos dedicaron con amor y una fecha que ya siempre nos quedará lejana.
Que somos nosotros los que pertenecemos a esas guitarras desafinadas que hace años que no tocamos. Pertenecemos a las teclas blancas y negras llenas de polvo que abandonamos en quinto de solfeo y cuarto de piano. Pertenecemos a los juguetes de nuestra infancia, que nos negamos a tirar, como si en ellos sobreviviera el niño que fuimos y al deshacernos de esas barbies o esos masters del universo, de alguna forma, renunciáramos a esa ilusión de las primeras cosas.
Como si nosotros fuéramos el recuerdo de esos objetos y no al revés. Como si fuéramos esclavos de un tiempo que no volveremos a vivir. Y cuando perdemos algo nos perdemos a nosotros mismos. Y está bien. Está bien que nos quieran perder de vista esos tesoros malditos y cotidianos. Porque hay objetos que son como anclas. Que nos clavan al pasado y al crepúsculo.
Una vez, hace muchos años, perdí mi móvil y con él todos los números. Al rehacer la agenda, me di cuenta de quienes ya no estaban en mi vida. De cuanto nuevo me quedaba por conocer. Qué mágica forma de desprenderme de algunos recuerdos amargos. Y sospeché que el móvil no se me había caído del bolsillo, sino que se había lanzado, para hacerme un favor. Para romper súbitamente un vínculo que ya no nos llevaba a nada bueno. Sólo a repetir viejos errores. Porque los objetos nos conocen mejor de lo que nosotros los conocemos a ellos. Y perdernos es parte del camino.
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