‘Crónicas perplejas’: “Soy autónomo y aquí estoy, sin saber aún demasiado bien cuánto vale mi trabajo"

Habla Antonio Agredano de los autónomos y de todo lo que tienen que hacer para que salgan las cuentas a fin de mes

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‘Crónicas perplejas’: “Soy autónomo y aquí estoy, sin saber aún demasiado bien cuánto vale mi trabajo"

Antonio Agredano

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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Así nos lo cuenta Agredano:

No hay mayor injusticia que la que tiene aspecto de normalidad. Esos atropellos limpios, casi quirúrgicos, con los que la ley nos hiere a veces como ciudadanos. No hay nada más legítimo que buscarse la vida. Los hay que fían todo a la inmoralidad, estos son los listos; y los hay que, por principios, alcanzan su sustento por la vida ortodoxa. Ya saben: pagar sus impuestos y ser profesionales en sus encargos. A estos últimos, paradójicamente, se les toma por tontos. Lo que da una medida del país que estamos construyendo.

Los autónomos también son personas. Lo aclaro totalmente en serio. Yo lo soy desde enero, autónomo, persona cada vez menos, y hay quien todavía me habla con lentitud, como a los turistas extranjeros, como si me costara trabajo entender las cosas. Ahora no tengo horarios fijos. Las vacaciones son algo que me suena a antiguo, como el tubo de imagen de una televisión o una botella de pipermint en el mueblebar. Hay clientes a los que debo insistirles para cobrar. Qué curioso esto. A veces me siento como cuando de niño vendía cajas de mantecados para poder irme de viaje de fin de curso. Idéntica vergüenza. Como si molestara.

En estos meses he hecho más papeles que una fábrica de Scottex. Recito los tributos que pago como si fuera una alineación del Córdoba. Y, ojo que esto tiene miga: cuanto mejor me vaya, peor, por lo visto. Yo ya no entiendo nada. Tampoco puedo quejarme, porque dicen que quiero dejar a los niños sin hospitales. Así que aquí estoy, tecleando sin saber aún demasiado bien cuánto vale mi trabajo, cuánto vale mi tiempo, mi entusiasmo y la luz del flexo que me acompaña en noches como esta.

Me siento David frente a Goliat. Goliat es, por supuesto, el Estado. Yo no tengo ni onda. Se anuncia a bombo y platillo una mejora en nuestra situación que, por más periódicos que leo, no encuentro. Al menos, que nos quede el pataleo. Seguir con lo nuestro: llevar dinero a casa, que haya personas que estén contentas con nuestro trabajo, pagar dócilmente lo que nos piden que paguemos. Y seguir, que es un verbo precioso para el que, con sudor, ilusión y firmeza, se busca la vida, sin molestar demasiado a los demás. Trabajando y sin dar un ruido, que de eso los autónomos saben un rato.

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