Luis del Val: "El paro roe la estabilidad emocional de las personas, las vuelve inseguras"

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La vida de las personas se complica en circunstancias terribles. Puede que la más desastrosa sea verse envuelto en una guerra. O sufrir un atentado. O ese accidente de tráfico que deja destrozada una familia. O el anuncio de una enfermedad tan irreversible como letal. Pero hay circunstancias que, sin ser trágicas, tienen unos componentes que, con el tiempo, alcanzan estadios dramáticos. Y, uno de ellos, es el paro. Así, al pronto, no parece algo muy grave, pero mientras ayer algunos se adelantaban cuatro meses y leían en público su carta a los reyes magos, yo me acordaba de más de cincuenta mil españoles que no van a padecer el síndrome posvacacional, sino otro más grave, que es encontrarse sin trabajo. Es cierto que el paro no mata, pero roe la estabilidad emocional de las personas, las vuelve inseguras, les obliga a humillaciones, les incita a preguntarse por las razones de su fracaso. Es muy duro tener que confesar a esos padres que viven con una modesta pensión, que la brillante hija pide volver a casa porque no puede permitirse pagar un alquiler, o que el hijo que tenía un prometedor porvenir necesita un préstamo para que no le corten la luz. Es terrible tener que negarle a un hijo tuyo, los pocos euros que debe aportar para la excursión escolar, porque esos pocos euros se necesitan para poder comer. Y es humillante confesarle a los amigos de las cenas de los sábados que necesitas un pequeño préstamo parta poder ir tirando, o entrevistarte con el personal del banco para tratar de arreglar la prolongación de una hipoteca que ya no puedes pagar. Todas esas pequeñas cosas, todos esos detalles, ese bochorno de renunciar a la reunión en la cafetería, porque no estás en condiciones de pagar un a ronda, ese desdén que comienzas a advertir en algunos comentarios, cuando el paro se prolonga, tambalean la confianza en uno mismo, deterioran la seguridad, amanece una susceptibilidad desconocida y una irritación que crece más a medida que el orgullo propio se nota pisoteado. 

No es una tragedia, pero es un drama íntimo que puede abocar a la desesperación, y no hay asunto más difícil de gobernar que amplios grupos de personas desesperadas. 

Hace once años que las bajas en la afiliación a la seguridad social y el aumento del paro no eran tan preocupantes como han sido este mes de agosto de 2019, y que nos llevan a pensar en aquella sociedad que se acostaba cada mañana pensando cuántos caídos laborales habría al día siguiente. La desesperación llegó a ser tanta y tan extensa que desembocó en la indignación del 15-M, que luego daría lugar al nacimiento de Podemos. Los de Podemos no nos arreglaron la vida, aunque algunos de sus componentes arreglaron la suya. Siguiendo las instrucciones de Bruselas, y con la colaboración obligada de millones de españoles salimos de aquello con un aburrido ciudadano llamado Mariano Rajoy, al que despachamos para agradecerle los servicios prestados. La historia está a punto de repetirse. El que mira para otro lado e ignora lo que sucede, no se llama Zapatero, se llama Sánchez, pero tengo la desagradable impresión de que ésta película ya la he visto.