El emotivo homenaje de Luis del Val a Blanca Fernández Ochoa

 

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Destacar en cualquier actividad es muy difícil, y da lo mismo que hablemos del sector de la investigación o del deporte. No hay golpes de azar, hadas madrinas que toquen con la vara mágica, sino esfuerzo, dedicación y sacrificio. Más bien, al contrario, en la competición deportiva sí que puede existir la mala suerte, el pinchazo en la rueda, segundos antes de llegar a la meta; la lesión infame, que trunca una trayectoria que parecía imposible de apagar; la gastroentirits en las vísperas del partido definitivo. Y estas generalizaciones me traen a la memoria ejemplos concretos y reales. Esfuerzo, dedicación y sacrificio es un trípode incómodo, pero imprescindibles para el triunfo. Todavía recuerdo a Arantxa Sánchez Vicario, una noche en la COPE, contándome que el recuerdo de su infancia era una sucesión permanente de entrenamientos.

Viene esto a cuento de esa sonrisa vivaracha, nada ufana, mostrando la medalla olímpica, como si se tratara de una pillería infantil, que reproduce ABC en su portada dedicada a Blanca Fernándezs Ochoa. La esquiadora muestra una expresión risueña, exenta de jactancia, como si al enseñarnos la medalla confesara que la travesura de tantas horas de laderas había tenido recompensa. Ni arrogancia, ni engreimiento. La satisfacción de que el trípode de la dedicación, el esfuerzo y el sacrificio, habían florecido en una edelweis con forma de medalla.

Y el triunfo es una bengala que brilla, ilumina, enaltece y recompensa con el honor y el reconocimiento, pero, como todas las bengalas, al cabo del tiempo se apaga. En el deporte, además, el gran triunfo, salvo contadas excepciones, va acompañado de una despedida, más o menos larga, pero cuando se está en lo alto de la montaña ya se sabe que lo que sucede, a continuación, es el descenso. Y eso no significa ningún tipo de tristeza o declive, sino la reinserción a la normalidad y el abandono de lo extraordinario, es decir, el merecido descanso de tanto esfuerzo, dedicación y sacrificio.

El mejor homenaje que le podríamos dedicar a la deportista sería la discreción afectuosa, y no caer en la tentación de las especulaciones, en el rastreo de la privacidad, en ese morbo del que también somos culpables los medios de comunicación, sobre todo cuando confundimos lo informativo con lo morboso.

El mejor homenaje a quién soñó por las cumbres de Navacerrada formar parte un día de los mejores esquiadores de mundo, y lo logró en unas olimpiadas, sería el afecto acompqañado de la mesura. Aunque sólo fuera por respeto al dolor de ese hijo, que con la frente inclinada sobre una mesa de piedra, pone en contacto la dureza del granito con la dureza del dolor, ese desgarro que se produce cuando la mala nueva es que ya nunca te dará un abrazo la persona que más te ha querido y te querrá en este mundo, y a una edad, en la que todavía quedan muchas nevadas, muchos senderos, muchos veranos.

Herrera en COPE

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Con Carlos Herrera

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