Luis del Val: "Entre tanta imagen desalentadora, la presencia de militares y Guardia Civil es esperanzadora"
Publicado el - Actualizado
3 min lectura
He conocido desde niño, en el pueblo de mi madre, la blanca crueldad del granizo, que macera las uvas antes de tiempo y condena a los frutales a una lapidación injusta y repentina. Y, de los tres ríos que se juntan en Ateca -el Piedra, el Manubles y el Jalón- he comprobado cómo demuestran que la huerta no es otra cosa que la cesión temporal del río, un préstamo del cauce que recupera, sin aviso, cuando llegan las lluvias desaforadas. Y he visto a hombres que, desde mi estatura infantil, me parecían siempre muy altos, cómo por su rostros, arrugado de vientos y soles, se deslizaba una lágrima gritando en silencio la desesperación. La desesperación de contemplar con impotencia cómo el trabajo de varios meses se lo lleva un torrente de agua embarrada. Años más tarde, en el intento de comprender aquélla desesperación, me imaginaba el original de un libro, del que no tienes copias, y en el que has trabajado duran un año, siendo engullido por un río inesperado que te deja sólo la limosna de lo que recuerdes que has escrito.
Estos días, mientras contemplaba las imágenes de las calles haciendo el papel de barrancos que escoltan los torrentes, y el barro que llega al comedor de las casa sin que nadie le invite, me acordaba de aquél golpezato que sentí de crío, cuando vi una vaca, ya muerta, arrastrada como un barquito de papel, y cómo sus cuernos chocaba con el arco, porque el agua alcanzaba un nivel que amenazaba con tapar el ojo del puente. Y, luego, la muerte. El recuento de los inocentes sacrificados en el desastre, el luto que es más duradero que las pérdidas.
La agricultura, como las verbenas, son negocios al aire libre, cuya prosperidad depende de la lluvia. Y la ganadería, cuando cualquiera de los cuatro elementos -agua, tierra, fuego y viento- es seducido por la exageración, también.
Entre tanta imagen desalentadora, la presencia de los militares y de la Guardia Civil, rescatando a las personas en peligro para salvarles la vida, poniendo en riesgo la propia, es la otra cara esperanzadora, la de la solidaridad frente al desastre. No lo borra, claro, pero alimenta la esperanza de que esta sociedad egoísta y provinciana deje de mirarse el ombligo, cualquiera de ellos, el personal, el político, el nacionalista, el ombligo de la ambición o el de la soberbia, que es que se mira al espejo.
Hace años, en unas inundaciones en el País Vasco, la Guardia Civil mantuvo el comportamiento ejemplar de siempre. Antonio Mingote dibujó una viñeta en la que un guardia civil con tricornio, llevaba a la espalda a un vasco con boina, que acababa de rescatar. Creo recordar que mereció la portada del ABC, porque eran los tiempos en que ETA asesinaba guardias civiles simplemente por serlo. En esta ocasión, ninguno de los tontos comtemporáneos infiltrados en la comunidad autónoma de Valencia le exigió a los guardias civiles que se jugaban las vida desde un helicóptero, que hablaran en catalán. Pero no creo que renuncien a ello. Puede deberse a que los tontos contemporáneos, los delatores y los totalitarios, nunca están en lugares donde existe peligro.