Luis del Val: “Hay un cielo de las madres donde se reúnen todas y nos recuerdan en pantalones cortos”

"Cuando una madre se despide para siempre se lleva retazos de vida de cuando no sabíamos siquiera que estábamos viviendo" escribe el profesor

Luis del Val

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"Ayer, Cristina L. Schlichting recordaba la etimología de la palabra compañero, que viene de los tiempos en que los pastores, cuando se reunían, compartían el pan. Y un compañero ha pasado un fin de semana entre la nostalgia y la amargura, que es lo que sucede cuando nos quedamos huérfanos.

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Porque cuando creemos que el egoísmo ha avanzado tanto que nos ahogará en su codicia, siempre podemos mirar a una madre para entender que todavía quedan islas de generosidad.

Porque en los escasos momentos donde las triunfos nos puedan envolver en unas pocas jornadas, y los amigos surjan a docenas, tu madre se retirará a un segundo plano y no te va a pedir que vayas a ningún sitio a dar una conferencia, porque presume de tí, claro, pero tan dentro de ella, que no admite competencias.

Porque cuando el fracaso te derribe, y aquellos amigos entusiastas hayan desaparecido con la misma rapidez con la que surgieron, tu madre seguirá creyendo en tí y sabrá que volverás a levantarte, como te levantabas en el patio de recreo, sin darle otra importancia que una sacudida a los pantalones cortos.

Porque creo que las madres siempre nos recuerdan con pantalones cortos, antes de que nos escapáramos a la confusa locura de la adolescencia.

Porque cuando una madre se despide para siempre se lleva retazos de vida de cuando no sabíamos siquiera que estábamos viviendo, y esa página cerrada la abría en ocasiones para contar una anécdota, una rabieta de la que nunca tuviste consciencia, pero que sabes que no era inventada.

Y, por eso, cuando se despide para siempre, sabes que se va una parte de tí de la que sabías muy poco, pero que fue importante para ser como eres.

Y, por eso, es difícil el consuelo, a pesar de que algunos estemos convencidos de que hay un cielo de las madres, donde se reúnen todas, y compiten con nobleza en el gesto más gracioso, en la situación más chusca, o en la angustia de vernos con la mirada turbia por la fiebre, cuando sin que nadie lo pida darían su vida por la nuestra.

A mil kilómetros de donde naciste hace casi un siglo, alguien, en circunstancias semejantes, rompió a cantar esta jota que te envío con abrazo de compañero: “Como quieres que en invierno/ den rosicas los rosales,/ si fue una tarde de enero/ cuando se murió mi madre”.

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