Luis del Val: "Jesús Quintero alargó el silencio, lo prolongó"
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Solemos decir que la Radio es un triángulo, cuyos vértices son la palabra, la música y el sonido, hasta que vino Jesús Quintero y formó un cuadrilátero, al incorporar el silencio. El silencio ya estaba en la radio, en esos segundos necesarios al término de una canción, de un párrafo, del final del movimiento de una sinfonía, pero Jesús Quintero alargó el silencio, lo prolongó, y nos ayudó a admitir que lo que parecía insólito era lo habitual en la vida, y la radio no es otra cosa que el sonido de la vida.
Le conocí en Radio Nacional de España, cuando hacía un programa con Marisol del Valle, en las primeras horas de la tarde. Me llamaron para entrevistarme, porque les pareció muy chusco que un diputado de las Cortes escribiera el libreto de una comedia musical, que había compuesto mi amigo Alfonso Santisteban. Era el año 79 y aquello chocaba un poco. Pasamos un buen rato. Años más tarde me lo encontré en la SER, cuando Jesús Quintero ya había creado “El loco de la colina” en RNE, y había ocasiones -como ha señalado Gorka Zumeta en su blog digital- en que la persona y el personaje se confundían, se mezclaban o se devoraban.
Debo reconocer que la primera vez que vine desde la SER a esta casa, para hacer un programa nocturno, que comenzaba con una entrevista que duraba una hora, me acordé mucho de él, no porque quisiera o me asustara el plagio, sino para que no se me olvidara que una entrevista, como nos demostró, no es un interrogatorio, sino una conversación.
Luego, me lo encontraba por Sevilla; en un ático, que convirtió en negocio de hostelería, junto a La Giralda; o en una calle paralela a Sierpes, en un bar anónimo, cerca de la Plaza Nueva, y siempre con el desconcierto de si te ibas a encontrar con Jesús o con el Loco. Ayer, aquél chico de Huelva, que quería ser actor, y que nos descubrió que, a veces, el silencio en la Radio es tan necesario como la pausa en el Teatro, se fue envuelto en silencio hacia el silencio perpetuo, donde nadie sabe si estará el árbol verde y el pozo blanco. Y es justo que, desde diversos medios, tejamos una corona de palabras en agradecimiento a aquella colina, que nació en la noche, y donde la locura -luego lo supimos- era un simple disfraz para disimular la originalidad, la intuición y el talento.