Luis del Val: "Puede que no toda la sociedad esté dispuesta a bajarse los pantalones"

El comentarista califica a Pedro Sánchez no de mentiroso sino de cínico

Luis del Val

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Las personas normales solemos cometer el error de equiparar al embustero con el cínico. Y no son lo mismo, de la misma forma que no es equiparables un ladrón con un asesino. No me refiero a los cínicos de la escuela griega, que se separaron de Sócrates, gente que despreciaba la riqueza, estaba contra la corrupción y eran de costumbres frugales, tan frugales que comían muy poco, y por eso les llamaban cínicos, que en griego significa perro. Con el tiempo, el término cínico se separó de su origen y hoy significa, según la RAE, en su primera acepción, “dicho de una persona que actúa con falsedad o desvergüenza descarada”. Un mentiroso es una persona diferente. Miente, o falsea la verdad, o la disimula, pero es consciente de que está transgrediendo una norma social o moral. La mentira es una seducción salvadora en la que caemos desde niños -“Yo no he sido”- pero en ese sentido “yo no he sido”, que luego emplean desde ministros hasta presidentes de bancos, hay implícito un reconocimiento entre lo que está bien o lo que está mal. A veces, mentimos por afecto, por salvar a un compañero de una reprimenda, incluso en los tribunales de Justicia, y por eso los jueces tienen renuencia a admitir testigos que mantienen amistad o son parientes del acusado. Incluso hay mentiras piadosas, corteses, que convierten el rechazo a una invitación en una amable negativa. 

Pero el cínico no respeta ninguna norma, no cree en nada, y desprecia a todos porque piensa que son igual que él de cínicos, o tan tontos, tan tontos, que nunca le pasarán factura. 

Donald Trump -que es un cínico fanfarrón- llegó a decir que podría asesinar a alguien en la Quinta Avenida de Nueva York, a pleno día, y no se lo iban a reprochar. Hoy, en el diario ABC, hay un chiste de Puebla, donde un hombre y una mujer están dentro de un avión. Comenta el hombre con regocijo complaciente: “¡Madre mía! Cuando se enteren de que no me llamo Pedro”. Y replica la mujer, con parecida y risueña alegría: “¡No pasará nada! Tragarán igual, Ataúlfo”. 

Ignoro a qué personajes se refiere Puebla, y tampoco sé de qué avión se trata, pero estoy seguro de que ese es el comentario lógico de un par de cínicos. El peligro del cínico no reside en que se descubran sus mentiras -se trate de una tesis doctoral o de otra cuestión- y salgan sus embustes al descubierto, porque eso no le produce ningún desasosiego interior, ningún atisbo de escrúpulo, porque no tiene escrúpulos. Ni principios. Groucho Marx lo dejo inmortalizado en una película, aunque hay quien dice que más bien fue la traducción del  doblaje: “Señora, estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”. 

El cínico no tiene ideología, ni valores, pero usa la ideología y los valores si le ayudan a conseguir sus propósitos. El único peligro que corre el cínico es que, comprobando que todas sus mentiras se digieren, siga estirando la cuerda hasta el punto de que comprometa la dignidad de los demás. Un cínico no tiene inconveniente en bajarse los pantalones, ni le mortifica, pero si eso presupone que toda la sociedad se los tenga que bajar puede que no toda la sociedad esté dispuesta a bajarse los pantalones. 

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