El arrepentimiento de Luis del Val tras conocer el fallecimiento de Amando de Miguel: "Una enorme tristeza"

El profesor recuerda al sociólogo y le hace un homenaje muy personal

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Luis del Val

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Miro esta mañana un número de teléfono, terminado en 846, y me censuro por no haberlo utilizado más en los últimos años, y sé que no lo borraré, aunque Amando de Miguel no podrá contestarme nunca, porque ayer se apeó del tren de largo recorrido de su vida. Le conocí bajando de un tren, del Talgo de Madrid, en la estación de Zaragoza.

Era el decenio de los sesenta del siglo pasado y, habíamos organizado unas jornadas donde los ponentes eran Ramón Tamames, Amando de Miguel y el periodista Mario Rodriguez Aragón. El salón estuvo siempre abarrotado, y nunca faltaron un par de policías de la Dictadura, con la que los tres ponentes habían tenido problemas. Luego, años más tarde, en esta casa, volví a encontrarme con él, con su aparente escepticismo, que no era, sino objetiva información, y con su desconfianza a los entusiasmos hispánicos, fruto de su experiencia.

En aquellos años, si decir Manolo Santana era decir tenis, hablar de Amando de Miguel era hablar de Sociología. Su paso por las universidades estadounidenses y su carácter de apariencia sosegada en un cerebro bullente, le habían dotado de una peculiar ironía, que parecía ironía inglesa pasada por Zamora. Una vez, paseando, le comenté que me habían ofrecido dirigir un medio y me aconsejó: “Dí que sí, porque si no habrá otro que dirá que sí. Pero recuerda que, después de ser director, el único futuro es ser ex-director”.

Esa retranca castellana le llevaba a mirar las encuestas más allá de los porcentajes, y sus conclusiones siempre eran brillantes. “¡Fíjate que, en España, ni el fútbol reúne tantas personas todos los domingos como la Iglesia en las parroquias! Y eso que en el fútbol no se sabe el resultado, y la misa, siempre termina con “podéis ir en paz”. Profesores y catedráticos como Amando de Miguel, transformados en docentes de la democracia, fueron divulgadores necesarios y básicos para construir la Transición y la libertad. Por eso tuvo problemas con la Dictadura.

Por eso le presionaron para que se marchara de Barcelona por defender el castellano. Por eso, miro ese teléfono, terminado en 846, y me envuelve una enorme tristeza, una melancolía explicable, sobre todo, ahora, en que los amandos de miguel modernos parece trabajar todos en la Demolición de la Libertad, y en el Derribo de la Igualdad.

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