Luis del Val: "La falta de honorabilidad se ha convertido en una costumbre"

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Luis del Val: "La falta de honorabilidad se ha convertido en una costumbre"

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Vender patatas al peso es tan digno y honorable como vender dinero a través de préstamos. Lo que puede convertir en indigna la tarea es cuando el vendedor de patatas engaña en la balanza, y la truca para que los kilogramos pesen novecientos gramos, o cuando el banquero oscurece las condiciones del préstamo y engaña al cliente. Y no es la primera vez que pillamos a los banqueros llevando a cabo ventas de dinero con falta de honestidad. Ayer fue un día triste para el honor de los banqueros, porque de nuevo los tribunales cuestionan su honestidad comercial y la sospecha, o la evidencia, según los casos, de que amañan como perillanes las condiciones de la hipotecas. 

Por si fuera poco, el diario ABC nos mostró que una alta autoridad de este país, un catedrático de universidad, presidente del Senado, también truca la balanza, aunque en lugar de patatas sean libros plagiados de otros autores. Y como la falta de honorabilidad se ha convertido en una costumbre, y los presidentes de gobierno plagian sus tesis doctorales, y los presidentes autonómicos roban, y los dirigentes empresariales y sindicales emplean el dinero destinado a formación de trabajadores en provecho propio, y los partidos se financian con irregularidad, el catedrático no ha pedido excusas por esta patente falta de honestidad y sigue impertérrito en su cargo, sin honor, claro, pero aferrado al sillón.

Por si fuera poco, hoy, dos medios de comunicación escritos, uno de derechas y otro de izquierdas, ignoran lo que en cualquier otro país de la Unión Europea hubiera sido un escándalo para llevar a las portadas. El uno por razones ideológicas, y, el otro, por el tonto orgullo de la rivalidad, ya que la noticia fue descubierta por el diario ABC. Y es que los medios de comunicación también faltan a la honestidad que les deben a sus lectores o a sus oyentes y, a veces, actúan sin honor. 

Por si fuera poco, hoy, una autonomía cuyo presidente se declara muy honorable, persiste en la indignidad de representar a todo el pueblo catalán, y falsea la realidad de una sociedad que declara totalitariamente secesionista, cuando no lo es. Claro que el anterior muy honorable, convirtió a su familia en una pandilla de comisionistas que robaron con persistente contundencia al pueblo que dicen liberar.

En muchas ocasiones la falta de honor no es ningún delito penal. Pero las instituciones y las personas que las representan son reflejo de la sociedad, y con su falta de escrúpulos y su ausencia de virtud estimulan el destierro del decoro y el crecimiento de la indignidad. Y eso se extiende, y si el catedrático miente y falsea, y el banquero estafa, y el nacionalista manipula con grosera evidencia, justifica la imitación, y el contagio avanza por toda la sociedad. Si nadie dice ¡basta! si nos callamos como borregos, si no protestamos ante la deshonestidad, la falta de honor no será sólo de quienes hoy no le conceden importancia a su falta de virtud, sino que todos nosotros, todos, nos habremos convertido en una tribu a la que el hedor del excremento en que chapotea no le arrugará la nariz, porque nos habremos acostumbrado a vivir hundidos en el estiércol. 

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