Carlos Páez, superviviente de los Andes sobre comerse a sus compañeros: "Si fuera ahora no espero diez días"

Un viaje más en avión para jugar un partido en Chile se convirtió hace justo 50 años en una auténtica película de terror al precipitarse sobre lo más recóndito de los Andes

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Carlos Páez, sobreviviente de la tragedia de los Andes

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Era un viaje más en avión. Esta vez para jugar un partido en Chile, pero se convirtió el 13 de octubre de 1972 -hace justo 50 años- en una auténtica película de terror para las 45 personas que iban a bordo.

La mayoría, eran jugadores de un equipo de rugby uruguayo que viajaban con sus familiares.

Salieron de Uruguay rumbo a Santiago de Chile pero un fallo del copiloto acabó con el avión estrellado en un punto en Los Andes, entre Argentina y Chile, a 3.570 metros de altura.

¿Alguno de ustedes no lo hubiera hecho?

Unos murieron, otros fueron sucumbiendo a lo largo de los 72 días que transcurrieron hasta el rescate. Solo 16 personas sobrevivieron y lo hicieron en circunstancias horribles, llegando incluso a comerse a sus compañeros. "Yo hago la pregunta la revés, ¿alguno de ustedes no lo hubiera hecho? cuando vives el proceso de diez días de no comer absolutamente nada, de saber que no te buscan más y de que estás pelando por volver a tu casa, las cosas se resuelven de la forma más fácil". Es lo que nos ha contado uno de los supervivientes, Carlos Páez, que ha hablado con el corresponsal de COPE, Ernesto Coco. Es más, advierte este supoerviviente, "si ahora me cayera en la cordillera de los Andes, yo no espero 10 días para hacerlo".

Carlos Páez: "Si ahora me cayera en la cordillera de los Andes yo no espero 10 días para hacerlo"

Carlos Páez: Si fuera ahora no espero diez días

La experiencia fue tan brutal, que Carlos no ha olvidado nada. Tanto es así que los supervivientes se reúnen hoy -como cada 13 de octubre- para hablar de lo que vivieron hace ya 50 años y que sólo ellos mismos son capaces de entender.

RESCATE EXTREMO

El 22 de diciembre de 1972, a pesar de haber entrado al verano austral, el clima torpedeaba cualquier operación aérea, pero la urgencia de evacuar a los sobrevivientes obligó a los rescatistas a llevar a cabo su misión.

Los equipos de salvamento se pusieron en marcha rumbo al rancho Los Maitenes para conseguir alguna pista del lugar del siniestro y reunirse con Roberto Canessa y Fernando Parrado, los dos supervivientes que habían abandonado el fusilaje en busca de ayuda y fueron encontrados por un arriero.

Dos helicópteros despegaron en búsqueda del avión perdido en Los Andes. En uno de ellos viajaba Parrado, que tenía que guiar a los rescatistas, pero se desorientó por completo.

Los rescatistas habían quedado sin referencias para encontrar el avión en medio de la nieve. “Entonces Parrado me dijo que en la punta del cerro había un manchón de color café desde donde se había producido una avalancha en la que fallecieron varios de los pasajeros”, añade el copiloto.

LA IMAGEN QUE DIO LA VUELTA AL MUNDO

“¡Allá está el manchón!”. Tras un aterrizaje complicado, que terminó con la caída sobre la nieve de uno de los helicópteros que había perdido sustentación, encontraron el fusilaje.

Con los brazos en alto, saltando y gritando hacia el cielo, encima de la nieve, estaban los 14 sobrevivientes que tantas veces habían soñado con ese momento. La imagen dio la vuelta al mundo.

“Me dio una alegría interior que es difícil relatar. Me acordé mucho de mi papá y de mi polola [novia]”, cuenta José Bravo, exsuboficial de la Fach y primer enfermero que atendió a los supervivientes, sobre el momento de toparse con el avión.

El primer día evacuaron a seis y los ocho que quedaban salieron al día siguiente. Bravo permaneció en la cordillera con el segundo grupo.

“Llegó la noche y nos metimos todos en el avión, a contar chistes y a cantar Si vas para Chile, El Corralero, Qué sabes de cordillera. Nos preguntaban qué podían comer en Chile en ese tiempo, qué frutas había. Los compadres lloraban, estaban contentos”, recuerda el enfermero.

A la mañana siguiente, con un cielo despejado y sin viento, se completó la operación: “Cuando subimos al helicóptero nos abrazamos y lloramos al verlos llorar a ellos”, rememora.

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