La nostalgia de los oyentes de Carlos Herrera al recordar los barrios donde nacieron y se criaron
Los juegos de infancia, las chuches, las tertulias en la calle tantos y tantos recuerdos de los que nos hablan los fósforos
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Cierto es que cada uno de nosotros recordamos el lugar donde pasamos nuestra niñez y juventud. Pero, también es cierto que hay una generación que vivió esa época de la vida en la calle, jugando, creando… Formando familias más allá de la sangre, compartiendo y ayudando…
Así se vivía en los barrios, donde todos eran uno y donde la vida apremiaba con un juego de cartas en el bar de siempre y una rica gominola que endulzaba aquellos momentos de risas de los chavales.
Y así nos lo cuentan los oyentes de Carlos Herrera en ‘la hora de los fósforos’ de ‘Herrera en COPE’, esa nostalgia a la que recurren a veces y rememora un feliz pasado.
Pilar vivía en el Barrio de las Flores de Vigo donde “todas las calles tenían nombres de flores: hortensia, rosa, clavel….” Nos cuenta Rosa que recuerda que “mi hermano era cojo y siempre estaba con nosotros jugando, pero cuando teníamos que correr nos alcanzaba con el bastón”.
Iñaki vivía en el barrio de Moratalaz en Madrid, en la calle Marroquina. Allí se fueron sus padres a vivir en el 67. Recuerda Iñaki que “era un barrio por crear, en Vicálvaro y San Blas no había nada, era todo campo”. Lo que destaca este oyente es que “todo el mundo se conocía, había matrimonios jóvenes con críos pequeños y todos jugábamos en el parque, la gente se reunía en la bodega…” “Mi padre jugaba al mus en el bar, los domingos después de misa íbamos a tomar el aperitivo y nos ponían tapa gratis”, sigue recordando Iñaki que describe aquella época como “una vida muy maja y con mucho respeto”.
Silvestre vivía en San Miguel, “segundo barrio flamenco de Jerez” dice Silvestre. Recuerda que “vivíamos en un pisito en una casa de vecinos. Éramos 22 vecinos con 5 baños, sin ducha y calentábamos el agua en el fuego”.
Alberto recuerda la corrala en la que vivía su madre, “un barrio dentro de un barrio” dice, en una corrala de Madrid en la calle López de Hoyos. “Era una hermandad, donde todo el mundo se quería, se odiaba y se apoyaban en épocas de carestía, donde la gente se conocía más por los apodos que por los nombres”.