La odisea de un oyente de Carlos Herrera con un vecino: “Me buscaba con un hacha”

Los fósforos de Herrera en COPE cuentan las historias que han vivido con algunos de sus vecinos, algunas terroríficas

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Juan, el oyente de Carlos Herrera que tuvo que vender su casa por culpa de un vecino

Pilar Abad

Publicado el - Actualizado

6 min lectura

Lo que se vive en una comunidad de vecinos da para escribir toda una enciclopedia y venderla por tomos como se hacía antes. Quien no haya tenido alguna vez algún problema con un vecino, no sabe lo que se pierde.

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Hay de todo: peleas, disputas, incendios, pintadas, gritos, música…. en lo que describe Carlos Herrera como “ese conocimiento social de lo odioso, violento… perfectamente despreciable el vecino que nos condena a pasar malos ratos, malos, malos de verdad”. Porque es que hay historias auténticamente terroríficas.

Y, precisamente, de esa “historias maravillosas de vecinos insoportables” es de lo que nos hablan los ‘fósforos’ de ‘Herrera en COPE’.

El vecino que amenazaba con un hacha

La historia de Juan bien podría ser la de un thriller, pero como suele pasar: la realidad supera a la ficción. Esto ocurrió hace unos 30 años, “la cosa fue larga” comenta este oyente sobre la odisea que vivieron en una comunidad de 40 vecinos, “casi dos años padeciéndola”, con el resultado de que “mis padres tuvieron que vender la casa e irse a vivir a 30 kilómetros”.

Por aquel entonces el padre de Juan era el presidente de la comunidad, y al vecindario llegó un vecino “que había salido de la cárcel y quería ser el presidente”. Lo primero que hizo este señor, como relata este fósforo “es echar a la portera, que antes vivían arriba en una casita, y se hizo un gimnasio y un gallinero”. Cuando su padre se enteró fue con toro vecino a hablar con él “y le amenazó, mi padre le pegó una patada y salieron corriendo de allí”. Este fue el principio del fin.

Tras esto “fuimos a poner una denuncia con el testigo”, pero una mañana cuando iba a trabajar, el vecino que había salido de la cárcel esperó abajo escondido al ‘testigo’ “y le dio una paliza que le reventó la cara”; así que cuando fueron al juicio, éste no apareció y el otro “salió absuelto, porque no había nada, y era la palabra de mi padre contra la suya”.

Explica Juan que cuando empezó todo esto “tanto mi hermana como yo nos estábamos independizando”, pero ante lo que pasaba “tuve que dejar de ir a casa de mis padres”. Otra de las fechorías que hacía era echar aceite a la ropa que su madre tendía arriba, pintadas con excrementos no solo en su casa sino también en la de otros vecinos…

“Un día me reventó el coche tirando una loseta desde el décimo piso”, cuenta Juan que lamenta que “aunque poníamos denuncia tras denuncia, no servían para nada”. Hasta que un día este oyente, cuando aparca su coche, espera escondido y ve cómo se lo vuelve a reventar por lo que decide reventar el suyo. Y, es después de eso, cuando un vecino que era guardia civil “avisa a mi madre de que, por favor, su hijo –que era yo-no saliera de la casa porque me estaba buscado con un hacha”.

Ante esta situación, los padres venden la casa y cuando parecía que todo se iba a acabar “los dos últimos días, cuando mis padres estaban haciendo la mudanza, una noche tira desde arriba una baldosa que casi le da a mis padres”, concluye.

El perro del vecino que se hacía pis en las ruedasde la moto

La de David es una historia con un vecino donde trabajaba y que ocurrió “hace unos años”. Cada mañana este oyente iba a trabajar en una moto “pequeñita” que aparcaba junto al portal del edificio donde se encontraba su trabajo “había acera ancha, a nadie le molestaba pero parece ser que a una persona sí”.

Cuando David salía de su trabajo cada día “me encontraba junto a las ruedas de la moto, de la delantera y la trasera con pis de perro. Y ya, después solo en la delantera que era donde tenía el candado, así que imaginaos cuando tenía que quietar el candado lo que pasaba”, detalla.

Ya cansado de la situación, David habla con un compañero y deciden “empapelas el portal y el ascensor del edificio con la foto del perro. Imprimimos varios papeles en los que salía una foto de un perro con el siguiente texto: ‘El perro samoyedo del vecino de 3º se hace pis….’”,porque como aclara “no solo se hacía pis en mi moto sino también en el portal, en el edificio”.

Hasta que un día la Policía aparece en el lugar de los hechos y le dice a David que un señor le había denunciado “por aparcar ahí la moto, que puedo aparcar ahí, pero que a lo mejor un día aparece la moto quemada y que ellos se ‘salen’ del tema”.

Pasan los años y David, acompañado son sus padres, va a ver un piso y cuál es la sorpresa que el hombre que se encarga de enseñarlo es el vecino del perro que hacia pis en su moto.

El vecino Picasso

Hay quienes demuestran su arte en los sitios comunitarios de los edificios, como es el caso del vecino de Jesús que “se dedicaba a hacer 'Picassos' en los ascensores con sus excrementos”. Y no contento con eso “también bajaba con un pincho para pinchar a las mujeres que, por entonces, dejaban propaganda en los buzones; y también se dedicaba a quemar las puertas de los vecinos, ponía una botellita con un producto inflamable por la noches hasta que ardía todo”.

Como no podía ser menos, ante estas ‘travesuras’ de su vecino pusieron “muchas denuncias, pero como nunca lo pillaban no se podía hacer nada”. Hasta que un día, cuenta Jesús, “los vecinos lo estaban esperando y le dieron una pequeña sorpresa. Ahí acabó todo”.

Arrestado en una comisaría de Praga

Enrique recuerda cuando vivía en Praga con su pareja, ahora su mujer. “Era el año 95 y vivíamos en un edificio de viviendas que tenía los plomos en las escaleras”, la clave de su problema.

“Una vecina, mayor, gorda y de unos 80 años, que no nos podía ni ver nos cortaba todas las noches la luz. Se subía en una sillita y bajaba los plomos”, relata este oyente que puso fin a la trastada de la vecina cuando un día esperó a que se subiera en la silla para “abrí la puerta y darle un susto, por lo que la mujer se cayó de la silla”.

“A los 10 minutos llaman a la puerta y aparecen tres policías checos… y llamo al consulado para avisar de que me están deteniendo y me llevan a comisaría”, sigue contando este oyente. Sin embargo, “termino bebiendo orujo con el comisario y los policías y al final me llevan a casa” y como si no hubiera pasado nada.

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