Diego Garrocho: "Occidente no puede obviar que toda persona tiene una dignidad que debe custodiarse y protegerse"

El profesor de Filosofía analiza el problema de la inmigración valorando la capacidad y obligación asistencial de los Estados y el reto cultural que presenta para las sociedades occidentales

Diego Garrocho

Una comunidad política necesita compartir una colección de fundamentos morales mínimos

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

La inmigración es un debate que ha estado secuestrado mucho tiempo, y eso hace que no tengamos recetas tan finas o que nos encontremos en un escenario no solo polarizado, sino demasiado simplista.

Cuando discutimos en política, hay dos tipos de debates: unos que pueden ser importantes, pero son más o menos banales porque no afectan a vidas humanas, y otros que resultan mucho más relevantes y con los que tenemos que ser mucho más finos, porque afectan directamente a la piel de seres humanos. La inmigración es uno de ellos.

La transparencia es importante para que el ciudadano pueda pensar por sí mismo y tener una opinión bien informada, pero esa transparencia no siempre se da. Hay datos que se ocultan y otros que no se explican. Por ejemplo, no se explica —o se explica siempre muy mal— el relativo a los crímenes cometidos por inmigrantes. Es verdad que puede ser discutible que haya o no relación entre criminalidad e inmigración, pero siempre se arrojan unos datos que, si no se explican, no se entienden.

Muchas personas dicen: "No hay relación entre la criminalidad y la inmigración porque el setenta y pico por ciento de los españoles son quienes cometen los crímenes". Claro, cualquier español medio que sepa un mínimo de matemáticas sabe calcular que, si el 12,7% de los ciudadanos son extranjeros y cometen el 28% de los delitos, hay una mayor prevalencia.

Pero lo que no se explica es que esos datos también pueden estar condicionados por otros sesgos, como son la pobreza, el desarraigo, el género o la propia edad. Es decir, que el propio perfil de los inmigrantes puede explicar ese dato que, en muchas ocasiones, algunos "buenistas" sencillamente quieren exponer... y negarlo.

Lejos de generar un mayor riesgo de inflamar el debate, la transparencia de los datos es esencial. Porque, si no, las teorías de la conspiración van a aflorar a muchísima velocidad.

Yo propongo tres perspectivas para afrontar el problema de la inmigración.

Hay una primera, que es el problema de la llegada: cómo podemos decidir —y esta es una cuestión de soberanía de los Estados— quién llega y quién no llega. Y, para eso, podemos mejorar la vigilancia de las fronteras.

No debemos perder de vista la cuestión de la desigualdad y hacernos la siguiente  pregunta: ¿podemos vivir en Europa y en Occidente en contextos de absoluta prosperidad económica junto a países que son eminentemente pobres? Eso va a ser muy difícil.

Y luego hay otra variable, que es la cuestión de la política exterior, que en muchas ocasiones pensamos que no es relevante, pero es determinante. Es decir, ahora se está abriendo, por ejemplo, la vía argelina, y esto tiene que ver con las relaciones que tiene el Estado español con Argelia.

Hay un primer foco, que es cómo evitar o cómo administrar esa llegada. Y luego, qué hacer cuando llegan. Y ese "qué hacer cuando llegan", de nuevo, tiene dos perspectivas: una que es puramente asistencial —cómo nos comprometemos con el cuidado y la custodia de los derechos humanos—.

Y aquí hay personas que lo que proponen es echarlos. Y dices: bueno, eso no solo no se puede hacer legalmente, sino que eso implosiona los propios valores de Occidente, que algunos dicen que tenemos que proteger.

Así que, si queremos, en Occidente —yo creo que debemos ser luz del mundo—, no podemos desatender el hecho de que cada persona es depositaria de una dignidad que debe custodiarse y protegerse.

Pero, al lado de esa protección, hay un desafío que es cultural. Y ese desafío es cierto, porque una comunidad política necesita compartir una colección de fundamentos morales mínimos. Y, desde luego, si llegan personas desde fuera, podremos hacernos preguntas acerca de cómo podemos integrar esa diversidad cultural.

Y, es más, no podemos decir —y esto es muy relevante— que sea facha o xenófobo el que una madre que lleva a sus hijos a un colegio público se pregunte cómo encaja el que haya un tercio de alumnos, por ejemplo, que son extranjeros y no tienen el castellano como lengua materna. Eso no es ni fascista ni xenófobo. Eso es un problema que es real.

Hay oportunidades en la inmigración, pero, desde luego, también es un desafío, y tiene un coste que hay que mirar de frente y sin miedo.

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