
Seguimos mirando a san Juan Pablo II no solo como un líder, sino como un santo intercesor
Escucha el monólogo de Irene Pozo en La Linterna de la Iglesia
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Qué tal, muy buenas noches! Hace ya 20 años que nos dejó san Juan Pablo II, un Papa cuya vida y pontificado dejaron una huella imborrable.
Recuerdo especialmente aquel 2 de abril de 2005. El mundo entero contuvo el aliento mirando una vez más hacia el Vaticano, donde el Papa, después de días de sufrimiento y oración, finalmente entregó su alma a Dios.
Fue un momento histórico cuando la luz se apagó en el apartamento papal y el mundo, que había estado vigilante y rezando durante esos días, sintió la ausencia de quien había guiado a generaciones enteras. Aquel grito de ¡Santo Subito! que resonaba con fuerza en la Plaza de San Pedro ponía de manifiesto la grandeza de un Papa que había dado su vida por la Iglesia y por el mundo entero.
Juan Pablo II fue el Papa de los cambios, el Papa que no temió enfrentar los retos del siglo XX y que, con valentía, sostuvo la esperanza de la humanidad. Durante los casi 27 años de pontificado, no solo se enfrentó a la caída del comunismo en Europa, sino que también abrazó con cariño a cada uno de los pueblos del mundo, con un mensaje claro: la dignidad humana y la paz son el verdadero camino hacia el futuro.
Pero quizá, o al menos así lo sentí por la edad en la que me tocó convivir con su pontificado, uno de los aspectos más notables fue su profunda relación con los jóvenes. En cada Jornada Mundial de la Juventud, desde Roma hasta Santiago de Compostela, desde París hasta Toronto, san Juan Pablo II tocó el corazón de millones de jóvenes, mostrándoles que Cristo es la respuesta, la luz en medio de la oscuridad. Quienes crecimos con sus palabras y su ejemplo aprendimos a no tener miedo de soñar con un mundo mejor y a poner en práctica los valores del Evangelio en nuestra vida cotidiana.
España tuvo una relación muy especial con él. En los 5 viajes que realizó a nuestro país, los españoles siempre lo recibieron con los brazos abiertos y él correspondió con un cariño inmenso.
Hoy, recordamos su vida no con tristeza, sino con gratitud y esperanza. 20 años después de su partida, seguimos mirando a san Juan Pablo II no solo como un líder, sino como un santo intercesor. Nos inspira a ser valientes en nuestra fe, a no tener miedo de enfrentar las adversidades. No nos olvidemos de rezar por él, de pedirle que nos guíe con su ejemplo, que interceda por nosotros para vivir como cristianos auténticos capaces de ser luz en medio de la oscuridad.