Diego Garrocho: "Albert Serra merece nuestra admiración, por atreverse a sembrar dudas allí donde nadie lo esperaba"
El profesor de Filosofía reflexiona sobre el ganador del Premio Nacional de Tauromaquia de este año y sobre el mundo del toreo
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¿Cuál es la misión de un artista? Hoy se ha entregado el Premio Nacional de Tauromaquia, un galardón que el ministro Urtasun decidió cancelar por convicción ideológica, ignorando así a los miles de aficionados que cada año llenan las plazas en España, Francia, México o Perú. Sin embargo, el Senado reaccionó con rapidez y junto con la Fundación Toro de Lidia y varias comunidades autónomas logró reactivar este premio.
Este año el reconocimiento ha sido otorgado ex aequo al director de cine Albert Serra y a la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia. Serra es un autor de culto, nacido en Bañolas, Gerona, y sorprendió al mundo del cine con tardes de soledad una película que ya obtuvo la concha de oro en el Festival de San Sebastián y que se sumerge en el universo íntimo de Roca Rey.
La provocación no siempre es sinónimo de arte, eso está claro, pero en un tiempo donde todo parece manido, reiterativo y predecible, la vanguardia sincera de Serra merece la pena ser celebrada. Al recoger el premio, el director catalán afirmó que un artista debe hacer siempre lo contrario de lo que se espera de él y esta película es un claro ejemplo de audacia, atrevimiento y de compromiso estético.
Los toros, como toda verdad profunda, generan controversia y está bien que así sea, pero el desafío moral es siempre parte esencial de la cultura. En un mundo dominado por lo virtual, por lo ficticio y por lo artificial, enfrentarse a una realidad tan radical como la suerte y la muerte resulta absolutamente revolucionario.
El toreo no es solo un arte, es un catalizador de otras formas artísticas, desde la literatura a la pintura y, por supuesto, al cine. Serra no solo merece este premio, sino que también merece nuestra admiración, por atreverse a sembrar dudas allí donde nadie lo esperaba y por recordarnos que lo peor que puede hacer un artista y hasta un columnista es resultar predecible.