Diego Garrocho: "Cuando compartimos la mala suerte, las diferencias se vuelven ínfimas y nos reconciliamos como país"
El profesor de Filosofía reflexiona sobre compartir las emociones en un contexto de destrucción tras el paso de la DANA por Valencia hace un mes
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¿Se pueden compartir las emociones? Nietzsche nos enseñó en el nacimiento de la tragedia que pocas cosas unen más que un sentimiento o una pasión compartida. Ya en nuestro tiempo, la historiadora Barbara Rosenwein acuñó el término comunidad emocional para expresar una idea muy cercana a la que adelantó el filósofo alemán.
Contemplando los esfuerzos y el dolor compartido de tanta gente golpeados por la DANA en Valencia, es casi imposible no recurrir a esas dos ideas, que se puedan compartir las emociones. En ocasiones, compartir una desgracia equivale precisamente a compartir una misión conjunta, en esta ocasión la de elevarse sobre el dolor pasado para convertirlo en una oportunidad futura.
Pero no cabe ser ingenuos, el dolor destructivo de esta catástrofe ha causado muertes y daños que serán imposibles de reparar. Sin embargo, la historia de la humanidad nos ha demostrado que ante cualquier adversidad, la unión de los muchos y la generosidad nos permiten sobreponernos a casi todo.
Los trágicos griegos insistieron incluso en que hay una forma de conocimiento que solo se adquiere a través de las experiencias dolorosas, y es posible que haya un último destello de lucidez que solo se desencadena cuando enfrentamos un daño incomprensible. La tarea de la reconstrucción será larga, que duda cabe, pero también podrá convertirse, entre otras muchas cosas, en la de una oportunidad para la solidaridad y la ayuda mutua con quienes han perdido tanto.
España y sus autoridades, pero por cierto, también cada uno de nosotros, no podemos obviar la circunstancia excepcional que está viviendo la comunidad valenciana. El ritmo de las noticias diarias todo lo devora, pero tras la destrucción de la DANA, todo o casi todo está por hacer. Durante estas semanas hemos visto imágenes conmovedoras, hemos visto a los ertzainas del País Vasco ayudar, a los taxistas de Madrid colaborar y a miles de jóvenes llegados de todas partes de España sumarse a ese esfuerzo.
Cuando decidimos compartir la suerte, y sobre todo la mala suerte, todas las diferencias se vuelven ínfimas y logramos reconciliarnos como país. Ojalá muy pronto, esa emoción compartida que distingue a la gente de tantos pueblos de Valencia, sea la emoción de la esperanza.