Diego Garrocho: "Ni la FIFA, ni la UEFA, ni la Federación deberían ser ONGs, y los jugadores tampoco tienen por qué ser ciudadanos ejemplares"

El profesor de Filosofía analiza la implicación social del fútbol y si hay o no hipocresía en esa industria

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Pues del fútbol podrían decirse muchas cosas, y muchas maravillosas. De hecho, ha habido muchos filósofos, como Cumus o Derrida o incluso Pasolini, si le queremos considerar también filósofo, que eran verdaderos fanáticos del fútbol. 

Sería estupendo si pudiéramos conformarnos con la frase de Boscov y asumir que el fútbol es fútbol, o solo fútbol. Sin embargo, en este deporte, como en tantos otros, se insiste siempre en la necesidad de convertir a los jugadores en referentes y de aderezar de causas morales todo el espectáculo, desde los mensajes de respeto en las campañas contra el racismo o la solidaridad, se intenta proyectar una imagen de responsabilidad social que después contrasta con la condición industrial del deporte.

El Real Madrid, y bien que lo celebramos, ganó ayer la Copa Intercontinental frente al Pachuca mexicano, y lo hizo en Catar, un emirato donde los derechos humanos se violan de manera insistente. También en Catar se celebró el último Mundial y los petrodólares han querido que Arabia Saudí sea sede dentro de 10 años en 2034 de otro campeonato del mundo.

Estos hechos establecen una rima perfecta con la dudosa condición de quienes en España han liderado la federación durante décadas. No tuvimos suficiente con Villar y con Rubiales, y tal vez por eso, ahora han decidido encumbrar a la presidencia de la Real Federación Española de Fútbol a Rafael Louzán, sobre quien pesa una sentencia condenatoria por corrupción, que por supuesto es supuesta, pero no parece que sea el perfil más idóneo para tomar el relevo.

En contraste, o el contraste entre las tantas veces cacareados valores del deporte y la realidad mundana, y en muchas ocasiones decepcionante de la industria futbolística, desvela la hipocresía de un mundo donde las grandes causas, a veces, no son más que coartadas para seguir practicando los peores vicios.

Ni la FIFA, ni la UEFA, ni la Federación deberían ser ONGs, y es posible que los jugadores tampoco tengan por qué ser ciudadanos ejemplares que sirvan de ejemplo para los niños o para nadie.

      
             
      

Lo que sí resulta un tanto astragante es que al lado de la corrupción se proyecten tantos discursos altisonantes y solemnes sobre la condición moral y hasta salvífica del deporte. Bastaría con ajustar las expectativas y asumir que el deporte es una feliz actividad recreativa, y con eso basta.