Expósito: "Lo que viví en la frontera entre Colombia y Venezuela"

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Lo que viví en la frontera entre Colombia y Venezuela

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Desde que Juan Guaidó se proclamara presidente del país te estamos contando minuto a minuto lo que está pasando en el país. Un país que a comienzos del SXXI era conocido como la Kuwait del Caribe ha acabado con muchos de sus ciudadanos rebuscando en la basura para poder comer. Lo que está ocurriendo en Venezuela es la descomposición de un régimen que brotó en las universidades, tomó luego el poder municipal y acabó dominando el país.

El drama de Venezuela se explica con las cifras pero se entiende con las historias de los protagonistas. Las cifras. En el año 2005, 437.000 venezolanos abandonaron el país; en 2018 habían salido de allí 2.329.000.

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¡Qué forma de estropear a una generación bien muy bien preparada! Hablan castellano mejor que nosotros y además tienen altas cualificaciones. El caso de Nelson no es único. Ponte en su situación. Tienes una vida normal y de repente te ves con todas tus pertenencias es una bolsa de deportes y durmiendo en un parque. Es el caso de Carlos Torres. En su país trabajaba en una de las empresas más importantes del país. Además desde joven - primero como líder estudiantil y después como candidato a la alcaldía de su pueblo se convirtió en como dice él un luchador social. Estamos hablando de un persona formada, como millones aquí en España.. Lleva un mes durmiendo en la calle. Lo que me contaba es tremendo: "Muchas veces desayunamos y no sabemos si vamos a almorzar". Si gente como Carlos que ha salido está en estas condiciones, ¿cómo estarán los millones que aún permanecen dentro? ¿Cuál será la situación real? ¿Cuánta gente hay muriéndose de hambre?

Otro nombre, otra historia, otro drama. Richard trabajaba en la General Motors en Venezuela pero la planta cerró. Sin tener que comer decidió emigrar. Cuando hablé con él me enseñó un carnet de cuando trabajaba en la fábrica y te juro que parecían dos personas distintas. En la foto que me enseñó se le veía una persona casi pasada de sobrepeso, sus carrillos me llamaron mucho la atención, pero frente a mi tenía a un hombre extremadamente delgado. Pero a Richard el hambre no le torturaba, sufría por otra cosa.. Y es que llevará marcado a fuego el resto de su vida el hecho de no haber podido salvar la vida de su madre porque no le pudo comprar una pastilla

De todo lo que vi allí es difícil decir lo que más me impresiono. Quizás una de los momentos más duros lo viví en un Hospital de Cúcuta, en el área de urgencias pediátricas. Allí conocí a Marta Cecilia, la abuela de Andrés José, un pequeño con diarrea que llegó deshidratado a ese hospital. De hecho el peque, de 9 meses, tenía poco color en la cara y estaba medio dormido en la cama. Su madre había salido un momento, tenía que trabajar para ganarse la vida, y por eso la abuela estaba con él.

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En esa sala de urgencias, muy cerca de la cama de Andrés José, y pendiente de él y de muchos otros estaba el pediatra, también venezolano. Un chico joven, muy sonriente, llamado Albert. Este pediatra llevaba en Colombia poco más de un año. Me explicó la situación sin paños caliente. Me habló de la situación en la que llegan muchos niños procedentes de su país: desnutridos, con enfermedades infecciosas, sin vacunar. Cuando le pregunté que siente cuando piensa en Venezuela, se echó a llorar.

Junto a los niños quienes más sufren son las mujeres. Es terrible. Te voy a contar una experiencia personal que me ha marcado profundamente.. Uno de los días en los que estábamos recorriendo aquella inmensa frontera entre Colombia y Venezuela, concerté una cita con unos padres salesianos que tenían una escuela en una de las zonas más complicadas, más marginales del lugar. Allí estuve charlando con un grupo de venezolanos que me estuvieron contando cómo sobrevivían. Me decían que iban haciendo pequeñas chapuzas, que los colombianos empezaban a desconfiar de ellos. Y en ese grupo había una chica. Me decía que vendía caramelos por las casas. La muchacha no tenía más de 20 años, de piel tostada, mulata, unos ojos grandes. El caso es cuando acabamos con la entrevista me dijo que si podía hablar conmigo y me apartó del grupo. Empezó hablándome de lo que estaba sufriendo, de cómo intentaba sobrevivir. En un momento determinado me dijo que si quería podía ayudarla, que más tarde podíamos quedar, tomar algo y después podríamos hacer lo que quisiera. Y todo a cambio de 2 dólares. En ese momento, se me hizo un nudo en el estómago. Esa niña, porque era una niña. por edad podría ser mi hija y el hambre y la desesperación le llevó a ofrecerme sus servicios, entre comillas. Yo no acepté pero me pregunté cuántos tipos sí lo habrían hecho.

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